El puerto de Puntarenas, técnicamente es una península, esta se asemeja a un apéndice humano -caprichos de la naturaleza- por el lado oeste es bañada por las aguas del Océano Pacifico y por el otro el estero que da cobijo a la exigua y paralizada flota camaronera amén de otras embarcaciones de pesca artesanal, hasta el año 1978 era el puerto principal de Costa Rica en la costa pacífica cuando las operaciones portuarias se movieron a unas 9 millas al sureste al nuevo puerto de Caldera durante el gobierno de Rodrigo Carazo, antes de la desaparición de las operaciones del antiguo atracadero la bahía siempre estaba surta de barcos atuneros y/o mercantes.
Fue en agosto de 1976 recuerdo con claridad la primera vez que llegué al puerto, era mi primer viaje como pescador, aunque a decir verdades me inicié como “galley boy” o ayudante de cocina, mi jefe el cocinero era un panameño, de la etnia guna de las Islas San Blas en Panamá, su nombre era Ricardo, no hablaba un español muy fluido, parecía más bien un filipino, fumador empedernido y bebedor se entendía perfectamente con todas las mujeres de los bares que sabiendo de su generosidad desmedida lo buscaban para sacarle hasta el último dólar.
Después de un no muy fructífero mes de pesca entre aguas panameñas y ticas, recibimos instrucciones para ir a descargar lo capturado en la hoy extinta enlatadora Tesoro del Mar en Puntarenas, eran apenas unas 80 toneladas de atún, el barco en el que me encontraba en esa ocasión era el Fortuna III, que previamente se había llamado El Perro aunque su nombre original cuando llegó de África era Algeciras, en esos días la embarcación pertenecía a una sociedad panameña con la familia Lewis Galindo por un lado y se comentaba que la otra parte era del mismísimo Omar Torrijos, el hombre fuerte de Panamá de esos años.
El capitán era Javier, peruano, de unos 32 años de edad, hijo de un hacendado vasco y que se había hecho pescador enfrentando una debacle económica familiar producto de la expropiación de sus tierras por la Reforma Agraria del gobierno de facto de Velasco Alvarado a fines de los 60s, Javier antes de llegar a los atuneros fue patrón de una lancha arrastrera que pertenecía a su familia, sin embargo los barcos atuneros eran más atractivos económicamente y logró embarcarse con Bosidar Seselja un capitán croata, con quien se alistó en el Pawn Pawn una embarcación de unas 250 TM con bandera canadiense y de la cual era capitán el croata.
Si bien para el joven peruano el Fortuna era su primer barco como capitán, había acumulado amplia experiencia como “deck boss” en algunas embarcaciones de la flota americana, en esa oportunidad fungía de navegador y de capitán de pesca a la vez, yo apenas un bisoño novato en un atunero, pasarían más de dos años desde aquella primera vez para volver a Puntarenas, regresar a disfrutar de su paseo de turistas, volver a admirar su ambiente distendido, lo mismo que las desinhibidas, bellas y sensuales porteñas.
La isla San Lucas se encuentra ubicada a unas 5 millas al suroeste se recorta claramente contra el cielo y no pasa desapercibida para el visitante.
El libro “La isla de los hombres solos” fue mi primer contacto imaginario con Costa Rica, me lo prestó un gran amigo como lo es Tico Henríquez, si el hijo de Juanito y la Chocha coincidentemente tenía el apodo de “tico” como se les conoce a los costarricenses, fue una historia impactante la de José León Sánchez su autor, la lectura de su relato me hizo viajar por esos parajes y sentí el horror de lo que vivió el personaje, era como el Henri Charrier, el Papillón en su versión latinoamericana, y allí estaba frente a mi o debía decir más bien allí estaba yo frente a ella, parado en el muelle como saludando el encuentro visual, como la primera cita, y allí está firme y misteriosa, recortada contra su silueta se observan varias embarcaciones fondeadas en la bahía en un vaivén agitado por la brisa, se destacan sobre sus aguas verde oscuras y picadas, el muelle abierto se incrustaba en el horizonte y los vagones del ferrocarril se alineaban para cargar el trigo de un granelero de medianas proporciones acoderado en su deteriorada estructura, los viejos vagones esperando turno y el viento intenso del golfo generaba un remolino de la cascarilla del trigo que se esparcía alrededor de los furgones.
Hacía el este entre la bruma que produce el calor intenso se erige la torre de una fábrica de fertilizantes como un espejismo en medio del desierto.
A la derecha de la entrada al muelle destaca el edificio de la capitanía de puerto de dos niveles, construcción de principios del siglo pasado, mudo testigo y símbolo de mejores épocas y de la bonanza de la exportación del café, este edificio dominaba el ingreso al espigón, los estibadores consultaban en una pizarra el movimiento portuario, es decir el arribo de las diferentes naves a descargar, el estado de este terminal portuario estaba en franco deterioro, al lado izquierdo un ancho borde de cemento hacía de limite protector, blanqueado por las excretas de las golondrinas vespertinas, todo sucedía cuando empezaba el ocaso, era todo un espectáculo observar estas pequeñas aves revolotear sin cesar para luego imperceptiblemente ir congregándose alineadas en los cables eléctricos como abultada partitura en un saturado pentagrama.
Cuando la noche toma posesión del puerto desde el muelle se nota el reflejo del alumbrado público a lo largo del paseo y en las tranquilas aguas de la bahía, más tarde el sonido distorsionado de una orquesta en el “Caracol” se imponía y se podía aun escuchar a lo lejos, este era un emblemático salón de baile de esa época en el puerto, muy frecuentado por las clases populares del lugar, no era la excepción para los marinos donde encontraban diversión, baile, tragos, mujeres de todo estrato, el salón más democrático del puerto, donde se daban cita desde las más encopetadas codo a codo con las regulares y asiduas chicas alegres de los variopintos bares del lugar.
Cuando los capitanes de pesca tenían que ir a ese puerto específico casi que como en código secreto acostumbraban a decir “voy para el Caracol” en lugar de decir Puntarenas, los que no ocultaban su satisfacción eran los marinos deseosos de descanso y “sana diversión”.
Chicoché era el apodo de uno de los tripulante ticos con el que había trabajado en el Fortuna y ahora formaba parte de la tripulación del Damas, tenía una forma peculiar de caminar, casi balanceándose debido quizás a sus amplios pies planos, en una salida nocturna no llegó a tiempo a la cita con la lancha que recogía al relevo de guardia del muelle para transportarla hasta el barco en el anclaje, después de una larga noche de tragos el paquereño (era de una pequeña población llamada Paquera localizada al interior del golfo) se cansó de silbar intentando que lo escucharan en la embarcación fondeada a un poco más de media milla del muelle, obviamente nadie lo escuchó, cansado y ebrio decidió dormir la borrachera en la orilla del muelle, con riesgo de caer al agua, se acomodó lo mejor que pudo, cruzó los brazos y el sueño lo venció.
El frío de la mañana o la cháchara de los estibadores lo despertaron, se sentó un poco más alerta mientras se frotaba los ojos, esperó un buen rato hasta que avistó la lancha fuera de borda que venía a recoger el personal de recambio, le hizo señas a esta para que se acercara y bajó por la escala junto a otros dos más, los tripulantes lo miraban sin dejar de sonreír haciéndose señas de complicidad, no les prestó atención y muy serio dirigió la mirada al barco, solo deseaba llegar a este y darse una buena ducha, lo que había sucedido y hasta el momento no se había percatado es que se encontraba absolutamente blanqueado de tanta mierda de golondrinas que lo habían bombardeado silenciosamente mientras dormía rendido, producto de su gran borrachera, no está demás agregar que fue directo a la ducha a remover todo el estiércol recogido la noche anterior.
La Punta
Hacia el oeste destaca la punta, el extremo final de la península, lo que da origen a su nombre, una punta que a su lado con el mar muestra un paseo acogedor para turistas, este se extiende por más de dos kilómetros, se inicia muy cerca del edificio de la capitanía, a su lado se congregan pintorescos kioscos que ofrecen jugos naturales, ensalada de frutas, “banana split” “churchils” (una especie de hielo raspado con sirope de caramelo y leche “pinito”, leche en polvo) y amplia sombra, una acera multicolor que permite la práctica de caminatas y la contemplación del mar, muy relajante para tomar un refresco y contemplar el paso de los turistas, al final de la vía hoy se ha construido un faro que aparte de ser un atractivo es operativo para la navegación, además de un balneario, muy cerca de allí y hacía el otro lado se encuentra el atracadero de los transbordadores que sirven a las poblaciones en la ribera opuesta del golfo, la longitud completa de esta área está plagada de restaurantes, cervecerías y hoteles.
En Puntarenas existe una creencia o mito en el sentido de que si el Callao sufre un embate marino como un tsunami o terremoto el puerto sucumbirá de igual manera, nunca supe realmente dónde se originó esa leyenda, pienso que tal vez tiene que ver con algún relato sobre un hecho que sufrió el puerto peruano en su pasado colonial, quizás el maremoto de 1746, si a eso se suma que tiene una punta bastante parecida, debe tener algún asidero lógico el origen de esta creencia.
Un poco más de dos horas le tomó al bus recorrer el camino entre San José la capital costarricense a unos 1,100 msnm. y Puntarenas la capital de la provincia del mismo nombre, atrás dejamos dos meses de vivencias en la meseta central, teníamos una cita nuevamente con el mar y todo se daría en unos pocos momentos, el bus nos dejó muy cerca del desaparecido Club Asturias, doblamos hacía la izquierda y nos dirigimos al muelle por la Calle Central, aligeramos el paso buscando la brisa de la playa mientras el bochorno y el calor del lugar nos daban la bienvenida.
Entrar al muelle no tenía ningún tipo de restricción, algunos despistados turistas josefinos intentaban pescar algo con sus cañas de pescar, un grupo de estibadores salían tras sus jornadas, la playa estaba muy concurrida, el gentío se notaba en toda su extensión, de vez en cuando echábamos una mirada a los barcos tratando de divisar la lancha que nos llevaría, al cabo de unos momentos apareció la Tico Pica, así se llamaba la lancha que prestaba servicios a las diferentes agencias y embarcaciones fondeadas en la bahía , se acercó por el oeste del muelle, el estero estaba vaciando y había que cuidar por qué lado acercarse al espigón con el riesgo implícito de terminar atrapado bajo los viejos y oxidados templadores llenos de pequeños percebes.
-Saltá hijueputa! Jajaja con gran chanza se burlaba el asistente de la embarcación, todos sonrieron, el porteño de pelo rizado, un “machillo” fornido y con tatuajes en el pecho, en Costa Rica se les llama machos a los rubios o de tez clara.
-Diay mae si no salta bien se lo lleva la chingada y proseguía la chanza, al pegar la proa de la lancha a contracorriente cual duchos y experimentados marinos saltamos sobre la resbalosa superficie de la proa aterrizando con buen pie, inmediatamente el timonel dio reversa y enderezando el timón nos dirigimos proa a la ola hacia el M/V Damas, un pequeño atunero con maniobra por estribor, es decir largaba para esa banda contrario a lo usual en los atuneros, quizás traía el diseño de las costumbres de pesca en Perú donde fue construido y donde es muy popular maniobrar por ese lado, para los legos en la materia maniobraba hacía la derecha (ni derecha ni izquierda existe en el mar sino babor y estribor).
Mientras la Tico Pica se balanceaba y se pegaba por el lado de estribor todos saltamos a cubierta cuidando el subir y bajar de la marejada, hay que saber sentir el balance, de otra forma puedes caer al agua de manera muy peligrosa, amén de bochornosa, ¡un marino no se puede permitir esa clase de desliz!
Ya en la cubierta dimos los saludos de rigor mientras observábamos los rostros, Johan, paiteño con el torso descubierto y bronceado, ojos pequeños y bigote trinchudo, nos saludó, también estaba Logonbardi que era el mirador, en su accionar se notaba un pescador curtido y experimentado, el jefe de máquinas era Rossmory, un personaje misterioso, vestía todo de negro su cabellera blanca contrastaba con su atuendo, usaba guantes, creo que evitaba ensuciarse las manos, era muy prolijo en su forma de vestir y actuar, irradiaba su jerarquía a toda vista, a su lado Romaní, tenía un leve parecido con Joaquin Phoenix el actor solo que un poco mayor, vestía camisa sin mangas, de estatura baja , ojos verdosos, cabellos rubio cenizo que reflejaban su madurez, indicativo de que estaba adentrándose en la segunda mitad de sus 40 años, se notaba a leguas su serranía, con el estropajo (wipe) intentaba limpiarse las manos manchadas de diésel y grasa mientras desmontaba una pieza de motor, seguía de manera atenta las indicaciones de su jefe Rossmory, era un trabajador recio e incansable, no por nada era su asistente.
El “gringo” Parodi era el contramaestre, observaba dese la cubierta superior, saludó agitando el brazo, pero no se plegó a la conversación.
Todos ellos eran nuevos en Costa Rica y yo pavoneaba mi experiencia en tierras centroamericanas.
En la cubierta trascendía el ruido de las maquinas auxiliares, el olor característico a diésel, combustible, hierro oxidado, cabos y cables, artefactos propios de la pesca por doquier, la red era de un color rojizo granate, similar a la de los barcos franceses, muy fea pensé, y los corchos color ladrillo bronce como cilindros simétricos que se veían mal estibados.
Había decidido pasar una temporada en Costa Rica después de un largo viaje en el White Star, un viejo barco americano, pero de mayor tonelaje, alrededor de 1,000 TM , vivía en casa de mis amigos de toda la vida , Joe, Johnny y Mañuco Souza quienes habían emigrado en 1973 de Perú y se habían asentado primero en Puntarenas pero luego se mudaron al cantón de Tibas en el área metropolitana de San José, después de un par de meses de hacer nada y gastar el dinero (era la época de Travolta, del apogeo de las discos) pero el dinero se acababa y ya era tiempo de volver a trabajar, así que me incorporaba al pequeño Damas de apenas poco menos de 300 TM.
Pasamos al lado del winche y nos adentramos en el comedor, este por cierto era pequeño y tenía la forma de una doble U de muebles acojinados y con las mesas marineras al centro, se veía cómodo pero era muy caluroso, no tenía sistema de aire acondicionado, hacía la proa un pasillo que llevaba a la sección de los camarotes de la tripulación, en uno de estos el grupo de pescadores tomaba un pequeño descanso o “Coffe break” en el medio de una mañana plagada de maniobras y trabajos en máquina, sentados unos, otros de pie, algunos fumaban, otros entablaban conversaciones con los recién llegados.
El Relato
“Cigarrillos van, cigarrillos vienen, historias van historias vienen el asistente toma parte en la conversación y logra atraer la atención de todos, Romaní era de la zona del Santa y con el aderezo de lisuras propias del pescador y un ligero seseo en su pronunciación inició su relato, mientras se limpiaba una vez más de las manos el aceite y grasa, contaba que le había tocado prestar su servicio militar obligatorio en la marina, en el puerto de Chimbote, en el departamento de Ancash, separado de su familia se apoyaba en los compañeros de servicio para sobrellevar su periodo de servicio.
No tenía opción más que compartir los días de franco con los demás, en una de estas salidas se fue de tragos con los compañeros, tendría varios días de permiso y tenía planeado viajar a la capital, se sentía cansado, pero quería salir del ambiente de Chimbote, descansar algo de la pestilencia cotidiana que producía la quema de harina de pescado en toda la ciudad.
-Chimbote no te aguantaba a ti huevón! lo molestó uno de los compañeros.
-Oee, cállate deja hablar! Protestaron los demás pidiéndole que no interrumpiera el relato.
El asistente lo miró y en tono de reproche se dirigió al tripulante.
– ¡Cagada, si sigues jodiendo no cuento ni mierda!
Una almohada le cayó en la cabeza y todos rieron al unísono, jajajaja!
-Sigue hombre no le hagas caso a esta cagada!
El serrano sonrió mientras aspiraba una bocanada de humo, sacudió la colilla del cigarrillo, y retomó el relato.
Se decía entonces que si Chimbote apestaba por la harina de pescado era sinónimo de que había dinero y eso era un buen augurio, pero quería ir a Lima, salir de la rutina un poco, después de beber toda la tarde y parte de la noche, entre pensamientos y la embriaguez llegó a la Av. Bolognesi, una vía muy concurrida y frecuentada por parroquianos en busca de los emolienteros, agrupándose alrededor de las carretas como buscando algo de calor o para aspirar los vapores de hierbas y menjunjes, compró su boleto en la agencia, apresuró el paso apenas a tiempo para embarcar en el autobús que lo llevaría a la capital, un poco a oscuras un poco mareado fue hasta la última fila de asientos, un pasajero sentado al lado del pasillo le acompañaría en la ruta, sin prestarle mucha atención se sentó con la urgencia de dormir, le esperaba un viaje de unas 8 horas por lo menos, el bus con su fuerte ronquido dio inicio al viaje, afuera el fuerte olor a harina de pescado se mezclaba con la brisa del malecón Grau, se dijo a sí mismo , si apesta hay plata!
Chinchaysuyo era una empresa de autobuses que hacía esta ruta, el viaje tomaba aproximadamente 7 u 8 horas, su horario era nocturno, así los usuarios lo tomaban a la media noche y amanecían muy temprano en la capital, en esos tiempos usaban unos buses robustos tipo “Greyhound”, si mal no recuerdo eran de color amarillo y negro, en el interior cada hilera de asientos se separaba de la otra por unas pesadas y oscuras cortinas al igual que del lado del pasillo provocando la oscuridad absoluta lo cual favorecía el descanso en ese tramo de viaje, casi llegando a Lima le proporcionaban al pasajero los diarios de la mañana, ese era el escenario que encontraban los pasajeros cuando abordaban ese servicio nocturno, Romaní lo sabía e iba decidido a descansar en el camino.
Su uniforme de marinero destacaba contra el oscuro cortinaje, respiró fuerte y se limpió la comisura de los labios, demasiada cerveza comento para sus adentros.
Las calles a esa hora no presentaban mucho tráfico, apenas algunas personas en las esquinas fuertemente abrigadas, el vehículo avanzaba y de vez en cuando las luces del alumbrado público se filtraban, de cara a la ventanilla se fue enderezando de manera gradual y callada, intentaba observar quien era su compañero de viaje, o ¿sería compañera?
-Disculpe murmuró mientras manipulaba el mecanismo para reclinar el asiento.
-Está bien! Le contestó una voz femenina, es una hembra pensó.
Romaní observaba con los ojos entrecerrados para no ser descubierto, la persona a su lado usaba una pañoleta, pero si era una mujer, no cabía la menor duda.
– ¿Viajas sola? Se atrevió a preguntar, sin embargo, no recibió respuesta.
-Solo quería conversar un poco! Reclamó el embriagado marinero.
– ¡No, por favor! ¡Replicó la mujer, duérmase señor!
-Vamos, no seas malita solo quería conversar y no me digas señor apenas tengo 19 años mientras soltaba una pequeña risa.
-No, entienda, me da vergüenza casi suplicante decía a la defensiva la mujer, mientras Romaní algo envalentonado por la débil voz de la mujer arreciaba silenciosamente, acercándose cada vez más, la mujer lo notó y le dio la espalda.
El impetuoso Romaní se sosegó por un momento no con la intención de abandonar su empeño, todo lo contrario, solo era su estrategia dando tiempo para arremeter con más bríos. Sentía que el alcohol aumentaba su lascivia al punto de mantenerlo alerta y despierto por el momento.
El bus redujo la marcha notoriamente y avanzaba muy despacio en un movimiento intermitente ante lo que parecía un incidente en carretera, a través del pesado cortinaje se podía percibir las luces rojas, el claxon de otro autobús, el marinero pretendía seguir dormido, la mujer al sentir la reducción de la marcha trató de incorporarse, se sostuvo del respaldar delantero, pero no podía ver nada, silenciosamente regresó a su posición original, el transporte retomó su velocidad normal. ¡Ahora o nunca!
– ¡Oye, amiga! Susurró al oído de la fémina, ella lo observó de reojo, el marinero se atrevió e insistió.
– ¡Dame un besito, no seas tontita! , el fuerte ronroneo del motor escondía sus argumentos en la fría noche en la panamericana norte, todos los demás pasajeros dormitaban arrullados además por la sinuosidad de la carretera y la oscuridad.
-Déjame abrazarte no sea que te de frío insistía Romaní, por un momento sintió que ya no encontraba tanta resistencia, verificó que las cortinas estuviesen completamente cerradas, se inclinó sobre su compañera de asiento y mientras le tomaba el rostro con las manos la besó, encontró resistencia en sus labios, pero su ímpetu y excitación eran muy fuerte, sintió una erección, prosiguió en su esfuerzo, encontró un resquicio y deslizó su lengua entre los finos labios de la mujer, sintió la tensión en el cuerpo de la mujer pero no le importó.
– ¡Ay no, señor ya deténgase! susurraba también la acosada mujer que no levantaba la voz por temor al escándalo, pero el notaba que no era tan firmes sus rechazos, tomó aire y la beso nuevamente su excitación iba en aumento, le tomó la mano y la colocó en su entrepierna, en sus genitales, entonces la mujer reaccionó.
– ¡Oiga, que le pasa! por favor señor yaaa! y lo empujó con firmeza, sintió una bofetada que lo hizo detenerse, alguien rozó ligeramente la cortina al moverse por el pasillo así que hizo silencio por un momento, agudizó el oído, una luz en el asiento de adelante se encendió, pasaron algunos segundos, se volvió a apagar la luz de lectura, podía oír el jadeo y hasta un leve sollozo en la respiración de la mujer, intentó tomarle la mano de manera conciliadora, pero esta lo rechazó y apartó una vez más.
-Señor! si vuelve a insistir me levantaré y lo acusaré con el chófer, ya es suficiente! Mientras la voz se le quebraba con el llanto y un leve gemido.
Reaccionando ante lo que había hecho y lo que pudiera pasar intentaba acallarla.
-Ya, ya, está bien, ¡no digas nada ya!
– ¡Está bien, está bien! Ya tranquila…tranquila, ya no te molestaré, encendió un cigarrillo, pero le produjo arcadas, lo apagó y se acurrucó dándole la espalda a la mujer, su excitación decrecía y daba paso al cansancio y letargo propio de un largo día de beber entre amigos.
-Que huevada! Murmuró, intentaba abrir los ojos, el ronroneo de la maquina se convertía en un mantra hipnótico imposible de evitar, el sueño lo fue venciendo hasta que se quedó dormido, mientras el bus serpenteaba entre oscuras dunas y finalmente se adentró en la fría y oscura noche.
Lima
El frío lo despertó, corrió la cortina y observó por la ventanilla, la luz inundó el cubículo formado por las cortinas, reconoció Puente de Piedra, ¿a qué hora pasamos? se preguntó a sí mismo, Ancón ya había quedado atrás, uff que borrachera, sintió la presencia de su compañera de viaje, pero desistió de hablarle, ni siquiera de mirarla, fue recordando lo que había sucedido durante la noche así que mejor que quedara así, creo que me extralimité rumió en su pensamiento.
Intentó dormir un poco más, pero sentía la vejiga llena y la urgencia de orinar.
-Con permiso! dijo mientras trataba de aclarar la voz de esa carraspera y del horrible aliento que se traía, pudo observar con las primeras luces de la mañana, la mujer se acomodaba en el asiento, removió su pañoleta y entonces Romaní la pudo contemplar por primera vez arreglándose el cabello grisáceo, no pudo contener el sentimiento avasallador de la vergüenza…ay nooo!
La persona a quien había besado casi a la fuerza la noche anterior preso de su embriaguez y arrestos juveniles, si aquella con quien había trenzado su lengua y su aliento a alcohol no era nada más que una delicada anciana de unos 80 años, notó sus manos rugosas al sujetarse el pañuelo, esta bajó la mirada al sentir que Romaní se ponía de pie y le pasó muy cerca.
El aguerrido marinero, el osado galán, el coqueto joven de la noche anterior avanzó con la mirada fija hacía el frente del autobús, algunos pasajeros corrían sus cortinas dejando pasar la luz matinal, mientras avanzaba por el pasillo podía sentir el impenitente frío de la mañana limeña, una tonada criolla y la voz del locutor animaban a los demás pasajeros excepto a él, no en ese momento… puta madre masculló nooo …porque me pasa esto a mí.
No sentía ánimos de ningún tipo, no después de la estupidez que había cometido por la noche.
– ¡Como pude haber hecho esto? Se cuestionaba en silencio, el conductor notó la presencia del marinero a su lado, sin despegar la mirada de la carretera, manipulaba un termo y se servía café.
– ¿Va a bajar muchacho?
-No, todavía no, un poco más adelante jefe, déjeme a la altura de Collique contestó sin despegar la mirada del vacío, el chófer lo miró de reojo, cambió de estación de radio y dejó de prestarle atención.
Al cabo de unos 5 minutos redujo la velocidad hasta detenerse.
-Alguien más en Collique! Bajaaaa!
Romaní con su maletín en mano bajó del Chinchaysuyo, dio unos pasos al lado mientras el bus con su característico sonido retomaba la carretera y se dejaba absorber por el tráfico citadino y la humedad de la siempre horrible Lima.
-Quien chucha me tiene de cacherito! dijo como dando punto final a su relato el ojiverde de Romaní.
Todos se miraban entre sí, hubo un momento de silencio y casi al unísono estallaron en una sonora carcajada.
-Ja,ja,ja puta mare, eres una cagada, serrano de mierda! le decía Johan mientras le tiraba una pieza de estropajo, las risas y bromas prosiguieron siendo el serrano el centro de atención y de las chanzas, me puse de pie y me dirigí al comedor, el serrano Romaní salió detrás mío, bebía un vaso de refresco y con sonrisa sarcástica me miró y dijo, que voy a hacer compadre, uno borracho es una cagada, ¿sí o no?
-Ajá, y asentí con la cabeza, mientras el bajaba a la sala de máquinas a seguir sus tareas, por un momento me quedé absorto recordando su historia. Era casi irreal.
La tarde continuó monótona y sin novedad, el día terminaba y el trabajo también, regresamos en la misma lancha a tierra, la zona de los kioscos a esa hora estaba llena de turistas josefinos unos caminando hacía la estación del tren, otros caminando hacía la punta a disfrutar de la puesta del sol.
-Por favor Diosito! que esta noche nos depare algo mejor que lo que le tocó a Romaní, ja,ja,ja bromeábamos mientras pasamos el salón de Los Baños, algunos pálidos josefinos con trajes húmedos y llenos de arena tomaban cerveza, una par de parejas bailaban con pasos sincronizados y nivel de expertos un pirateado o swing criollo sobre el piso que asemejaba un desgastado tablero de ajedrez, todos bailaban muy cerca de la rocola, al final del paseo los jóvenes y marihuanos apuraban el paso para fumarse una “tocolita” y disfrutar el ocaso, tras la puesta del sol, lentamente, ese lienzo rojizo purpura se transformaría en la noche que daría cobijo a una aventura más en el cálido Puntarenas.
Bonus track: