¿Qué año sería?, no recuerdo con exactitud, puede haber sido 1969, 1970, no logro establecer con precisión cronológica cuando sucedió esto, sin duda puedo afirmar que pasó en el tercer cuarto del siglo pasado, se antoja muy lejano, pero en mi mente sigue tan vivido como el día de hoy, el escenario ha cambiado para mal, entonces el malecón con su barandal de cemento simétrico y sus medias lunas a la altura de la Plazuela Bolognesi donde destacaba una enorme asta para izar el pabellón nacional en cada efemérides, la otra media luna con su puente de metal de remaches, al lado del vetusto, pero elegante Club Liberal sitio obligado para sentarse a descansar o para las consabidas citas amorosas, cuando el frío y las ventiscas de setiembre por las tardes te obligaban a abrigarte, el mar a tus espaldas, siempre el mar presente, el paiteño nato siempre vive mirando al mar, escuchándolo, percibiéndolo en su brisa, contemplando sus mansas aguas, espejo ideal para las noches plenas de luna. Hoy no sé, creo que nos robaron esa vista única de nuestra bahía, ahora tugurizada, saturada de mamotretos de cemento.
Frente al imponente Miramar y hasta un poco más allá de la escuela de la 12, había varias lanchas varadas, esperando mantenimiento o reparación, esperando que algún carpintero marino les pusiera algo de calafate, o algunas planchas de cobre al casco y porque no el asalto de una gavilla de traviesos mocosos por jugar en ellas, era un mundo diferente, cada vez que subíamos a una de estas naves, lo mirábamos todo, los camarotes, su minúscula cocina con su Primus (cocinilla de kerosene), los motores, los cabestrantes, winche, poleas, cabos, cables, timones, luces, era nuestros barcos de guerras, de piratas, era la aventura completa, eran nuestros dominios.
Los pequeños de entonces nos reuníamos y encontrábamos diversas formas de pasar el tiempo, o eran los trompos o la canga, o competencias de velocidad con carritos de madera con ruedas de bielas, o leer “comics” donde Jorgito Yen frente al Toril, ah eso si con su deliciosa raspadilla. Qué tiempos, aquellos donde pagábamos para leer, ahhh el olor característico de las revistas, las había de todo tipo, de Superman, Aquaman, Batman, Linterna Verde, también de otro tipo como la pequeña Lulú, Archie, Toby, eran populares los “comics” mexicanos, Tawa, Chanoc, Memin, revistas de fotogramas de luchadores enmascarados, El Santo, Neutrón, El Charrito de Oro, en esos tiempos los niños con unos pocos centavos se apilaban en las bancas a compartir lectura, a la sombra de un generoso algarrobo y con un refrescante vaso de raspadilla.
Aquel día caminábamos por el malecón, y decidimos en grupo aventurarnos en la imponente “Esperanza” una lancha que era propiedad del “venado” Tassara un próspero armador, podría decir sin certeza alguna que parecía de unas 60 o 70 toneladas de capacidad.
Como corsarios infantiles la abordamos, tomamos el mando, en el puente, en la cubierta, husmeando, curioseando, no había nadie cuidándola, ¡era completamente nuestra!
Pericles, era el nombre de uno de nuestros amigos, su padre al bautizarlo pensó tal vez en el político ateniense, solo que nuestro compañero de travesuras era osado, palomilla, chistoso, era uno de los líderes, Pocho Rambla, Joe, Johnny y Mañuco Souza, yo mismo en ese grupo de facinerosos infantiles.
¡Ya adueñados de la embarcación y husmeando por doquier no sé a quién se le ocurrió, encontraron un cabo que iba hasta una pasteca en lo alto de una de las plumas, mmm probemos!
¡El grueso de los chiquillos halábamos un extremo y en el otro uno de ellos era izado prácticamente a las alturas, la vista era genial, cada uno tuvo su turno, uno por uno nos íbamos rotando, jala duro, un poco más!
Una vez en el tope pedíamos que nos sostuvieran un momento más para disfrutar al máximo la sensación y la adrenalina de la altura, todo era perfecto.
Le tocó el turno a Joe, – ¡agárrate bien! – y procedimos a izarlo, en el extremo inferior Pericles y Pocho hacían la mayor fuerza, Joe en las alturas contemplaba toda la vista panorámica, después de un momento, Pocho le grita, – ya listo – bájate ya que pesas mucho, – esperaaaa!, ¡espera un momentito! – respondió Joe, esperateeee!
¿Adivina quién viene?
– Bájate yaaa! oee apúrate!, increpan los que a duras penas sostenían
– ¿Quién viene?, preguntaron puesto que ellos no lo podían apreciar desde la cubierta de la lancha inclinada sobre la arena de la playa.
-¿Quién?, preguntó Pericles, ¡Espera huevón! -reclamó Joe- ahí viene la Esperanza. Se refería a Esperanza Parodi, espigada, adolescente de cabellos rubios, atractiva, mocosa como uno, tendría unos 11 años, venía caminando, pasó por el frente de la casa del Dr. Vargas, prosiguió a la sombra de la casa de los Davanzo y cruzó la calle y se encaminó por la acera del Colegio de la 12 cruzando justamente frente a la popa de la embarcación, Joe embelesado la seguía con la mirada desde lo más alto, abajo, los chicos pujaban por mantenerlo en las alturas -se escuchó nuevamente la protesta- ¡apuurateee!, ya no aguantamos!
¡-Pera oee! Respondió Joe, inclinaron el cuerpo para tener mejor agarre, mientras sujetaban la soga que les quemaba las palmas de las manos.
Cierro los ojos y me parece verlo todo como en una escena de película, cada gesto, cada reclamo por parte de los de abajo y el entusiasmo por la nueva chica en el barrio por el que estaba en las alturas.
¡Espera un toque!, justo cuando pasaba al frente, la agraciada Esperanza que ni idea tenía que era observada, Joe con voz aflautada intentando sorprenderla pega un grito ¡Eeeesperanzaaaaa! En ese instante y sin poder resistir más el peso, Pericles, Pocho y los demás se rindieron y soltaron el cabo, tan solo se escuchó el metal de la polea girando y el grito ahogado de Joe que ni siquiera cayó en la cubierta si no fue a dar al fondo de la bodega a través de la boca de escotilla, cayendo sentado al filo de la caja que cubría el eje de la máquina principal, todos corrimos en tropel, a un lado yacía casi adujado perfectamente el cabo y al fondo nuestro amigo, quien mirando arriba hacia todos nosotros y entre sollozos de sus labios salió un gutural ¡Concha tú maree, miii columnaaa!
Bajamos a auxiliarlo, y aparte del orgullo herido y las nalgas adoloridas, el incidente no pasó a más, aún creemos quienes fuimos testigos de este hecho, es que Esperanza nunca pudo determinar de donde salió ese grito con su nombre que se transformó en un alarido de caída libre.
Moraleja: ¡Aunque vayas en caída libre, nunca pierdas de vista a la Esperanza!
¡Con cariño para mis amigos de siempre!