La descarga finalmente había terminado, solo nos quedaba limpiar los tanques y esperar nuestro pago, la cuadrilla de descargadores recogieron sus ganchos, cascos, barretas y abordaron la lancha que los llevaría de vuelta a tierra.
La cubierta aún se encontraba llena de actividad, el zumbido del sistema hidráulico, el sonido del agua expelida por la manguera limpiando hasta el último resquicio de los restos entre las hendijas de la cubierta y la viscosidad del pescado que cae y chorrea a través de las mallas de red cuando levantan su carga.
– ¡Aquí, echa agua aquí!
El hombre con un escobillón dirige al otro que atento y oportuno avanzaba cual bombero desplazando los restos y la basura con la fuerza del chorro de agua salada, baldeando y limpiando con esmerada eficiencia mientras que el que le da instrucciones le hace una señal de alto repasa con el cepillo y da paso a otro nuevo chorro y así poco a poco van dándole brillo y prestancia a su cubierta después del caos y desorden de las labores de descarga, finalmente terminan, se apagan las bombas y el motor que impulsaba a estas también, en lo alto de la pluma cuelgan apiñados como si fueran trofeos de caza los chinguillos , chorreando, escurriendo el agua salada de su enjuague previo, las luces encendidas se reflejan en las traviesas de madera que forman la cubierta, poco a poco todos se retiran y la calma vuelve a la embarcación, es tiempo de ducharse y tomar una buena cena, una sensación de logro final al que se ha llegado nos embarga, nos esperaban otras latitudes por vivir.
Jesús es el navegador mexicano, de pelo crespo y de risa fácil, siempre lo recibe a uno con lo mejor que tiene, con su carácter, el puente de navegación y la sala de mapas son sus dominios, pero él no se arroga jerarquías innecesarias y los marineros se sienten cómodos para dirigirse y charlar con él, al final pienso que el hecho de estar permanentemente en su puesto le resta algo de libertad y lo compensa con las tertulias y chácharas con los tripulantes, amistoso y relajado en la conversación, serio y estricto en el trabajo, natural en su trato se ganó el aprecio de los demás, pero su labor terminaba allí, se marcharía a casa y alguien más lo reemplazaría, no importaba ya, igual Zamora y yo teníamos otro destino que esperaba por nosotros.
Luigi
Mi pequeño Luigi estaba pronto a nacer, esperábamos su llegada, eran los primeros días de marzo de 1983, su madre había tenido un embarazo tranquilo, sin sobresaltos, los últimos días habían sido sin novedad, los dolores se presentaron como pequeñas pasadas, comprobamos la frecuencia y estos se fueron incrementando y el espacio entre estos acortándose, el hospital estaba a unos 500 mts. su madre dijo que sería bueno caminar, eso ayudaría.
– ¿Segura?
– ¡Si estoy bien!
Caminamos sin prisa y llegamos al hospital Carlos Luis Valverde Vega de la ciudad de San Ramón, le tomaron signos vitales, la acostaron en una camilla, su tía laboraba como enfermera y nos informó que pasaría a sala de labor, estuve un rato pero no había cambios, dije voy a casa de mi suegra me tomo una taza de café y regreso, no demoré ni 30 minutos cuando regresé Luigi ya había nacido, dicen que llegó sin problemas, como en un tobogán se deslizó y aterrizó en este mundo, dijo su propia madre que vino resbalado como una semilla de guaba.
Siempre fue así, sigiloso, callado, introvertido, con un gran sentido del humor, cariñoso y preocupado por el mundo.
– ¡Es machititico! dijo su tía abuela. Allí estaba cubierto con una suave cobija celeste, sus ojos cerrados, su piel tersa y rosada, no lloraba, solo dormía.
Los siguientes días nuestra casa se vio inundada de incontables visitas, el nacimiento de un hijo encierra un acto social muy arraigado en la sociedad costarricense, visitas y regalos para el recién nacido, el, imperturbable se dedicaba a alimentarse y a dormir, su hermano mayor lo observaba con detenimiento, preguntaba a su madre.
– ¿Por qué solo duerme?
– ¡Está pequeñito y así también era usted mi amor!, cuando usted nació también dormía y pedía de comer sin descanso, se acomoda en la cama cerca de su madre como pidiendo atención y cariño ante la supuesta amenaza que representaba el nuevo inquilino, su madre lo abraza y lo besa, le daba tranquilidad.
El teléfono suena de manera insistente.
– ¡Contestaaa! el teléfono porfa, estoy con el bebé! Reclaman desde el segundo piso.
– ¡Aló! Si, si, no, no lo veo desde que termino la descarga, está en Puntarenas, dime…mmm si me llamó anoche…si yo le digo, mañana mismo voy a ver lo de mi visa de salida… si, sí… ajá … lo de los pasajes también, ok…listo. Un breve silencio y asentía afirmativamente.
– ¡Ok mañana nos veremos en la agencia!
El Viaje
Ya habían pasado casi 15 días del nacimiento de mi hijo, fui a la oficina de migración en Puntarenas, en la agencia recogí los pasajes que ya tenían fecha de salida para el 30 de marzo, seríamos cuatro los que viajaríamos, hicimos el chequeo normal en el mostrador de LACSA en el antiguo aeropuerto Juan Santamaría, con boletos de viaje a Madrid, al representante en el “counter” en San José se le olvidó verificar que necesitábamos por lo menos una tarjeta de turismo para ingresar, Panamá solo reconocía 8 horas de tránsito y el vuelo de salida hasta la mañana siguiente sobrepasaba ese período de tiempo permitido, los dos ticos que viajaban con nosotros no tuvieron ese problema, Zamora ecuatoriano y yo peruano, pero sin residencia aun en Costa Rica nos estaba vedado ingresar al país canalero, tendríamos que pernoctar en el área de tránsito.
El lado bueno es que ya estábamos en las instalaciones del nuevo aeropuerto de Tocumen, cerca de nosotros un muchacho salvadoreño que tenía una semana nos contaba su odisea, había perdido su vuelo, la aerolínea no se hacía responsable y esperaba ayuda de su familia en el Salvador.
Acomodamos el equipaje en un pequeño cuarto y ahí pasamos la noche, dormir en el suelo no se lo deseo a nadie, nos salvó el hecho de tener aire acondicionado, como sea pasamos la noche sin quejarnos.
La mañana llegó y con esta el bullicio de los pasajeros y los equipos de sobrecargo de las diferentes líneas aéreas, el oficial de migración consultó su reloj y al promediar el medio día nos pidió que lo acompañarnos al mostrador de Iberia.
Nos encontramos con el capitán y los dos ticos, éramos cinco en total, jueves 31 de marzo de 1983 nos tomaría al menos dos horas y media como promedio el vuelo hasta República Dominicana donde haríamos una escala técnica , una vez allí la tarde ventosa hace lucir encrespado al mar que se puede observar muy cerca del aeropuerto, caminamos algo por los alrededores de la pista y después de un rato volvimos a embarcar, aun nos esperaba un viaje de unas 8 horas más o menos, el cual transcurrió sin novedad, nos íbamos acercando a Barajas al promediar las 8 de la mañana.
Las inmediaciones de Madrid desde el avión se notan soleadas, es diferente el paisaje al verde intenso y vegetación abundante de Centroamérica, el avión realiza una serie de inclinaciones buscando el punto ideal de aproximación, el terreno parecía árido, mustio más bien, como el pasto de las sábanas de Guanacaste en temporada seca, amarillento, casi marchito, el sonido de los controles hidráulicos son notorios, los asistentes de vuelo se mueven de adelante hacía atrás y viceversa recogiendo frazadas, vasos olvidados, cerrando compartimientos, enderezando asientos, verificando cinturones de seguridad, el peculiar sonido de atención resuena una vez más.
– Tripulación en posición! La sensación de descenso es aún más notoria, veo al negro Ulises y está sujeto con ambas manos a los descansos del avión, viste una floreada y vistosa camisa hawaiana, en contraste con los abrigos de los demás pasajeros, me incluyo yo que usaba una chaqueta.
La apertura y puesta en posición del tren de aterrizaje se deja notar con un leve tremor, la aeronave termina de dar un amplio circulo y enfila a la cabecera de la pista, ralas nubecillas pasan por el ala , bajamos un poco más y el paisaje está completamente despejado, los edificios de color ladrillo rojo están cada vez más cercanos, todo se hace más grande y rápido finalmente tocamos tierra y el leve cabeceo de un aterrizaje casi perfecto nos recuerdan que hemos llegado a Barajas, a Madrid la capital Española.
Madrid
– ¡Les rogamos mantenerse en sus asientos hasta que el avión se detenga por completo! se deja escuchar la voz de la asistente de vuelo, seguidamente el comandante de la nave da la bienvenida al aeropuerto de Barajas en Madrid, da la hora local, 8 am agradece por el vuelo e indica algo con referencia a las conexiones de vuelo, el avión carretea y finalmente se detiene, el rumor de los cinturones y los compartimentos abiertos y el tumulto por tener todo a mano se dejan sentir, no tengo prisa, el capitán es el que tendrá a cargo los detalles de la conexión y espero con calma.
El negro Ulises se estira como un contorsionista desperezándose, abre los ojos y sonríe.
Se abre la compuerta y los pasajeros empiezan a caminar lentamente hacía el frente del avión para salir, en esos días por alguna razón no se usaban las mangas de acceso, así que varios buses recogían a los viajeros y los llevaban hasta las instalaciones de migración y aduana, el día era brillante pero estaba muy frío para los estándares a los que estábamos acostumbrados, la chaqueta me protegía, detrás venia el tico Ulises con su vistosa camisa Hawaiana, dio un paso en la escala y toco el helado pasamanos y lo vi arrugar la cara y un gemido.
¡Jueputaaaa! Esta vara, mae que hijo de puta mae esta vara está ¡Heladaaaaa! No recuerdo la temperatura, pero estimo unos 12° centígrados, una vez ingresó en el bus encontró algo de cobijo, pero me miraba y calladamente me decía: ¡Me meo mae! ¡Aguante huevón! Respondí, tras una breve fila pasamos migraciones y aduana, nuestro vuelo de conexión sería al promediar las 4 de la tarde, así que decidimos ir al centro de Madrid.
Un bus nos llevó debajo de la Plaza Colon en pleno centro de la capital, entonces existía un paso subterráneo, con el grupo fuimos avanzando por un hermoso paseo del cual no recuerdo el nombre, pasamos y admiramos la emblemática fuente de las Cibeles, pero al cabo de unos 15 minutos o algo más recalamos en la Gran Vía, entramos a un típico bar de tapas por allí del medio día, comimos y bebimos cortesía del capitán, no dejaba de sorprenderme el vestuario más sofisticado de los españoles ni la belleza y porte de las jóvenes españolas en esos días, ni la elegancia de sus restaurantes y bares, el clima era aún frío para lo que estábamos acostumbrados, sin duda Madrid es una hermosa ciudad.
Después de curiosear, llenarnos los ojos con la arquitectura y ver vitrinas, de tomar ese primer contacto y experimentar el entorno de la capital europea, volvimos al aeropuerto, nuestro vuelo sería al promediar las 5 pm. con destino a Bilbao, el cansancio nos pasa la factura y caemos rendidos, dormimos en la sala de espera hasta la hora del embarque.
País Vasco
Abordamos un avión más pequeño en el cual duramos un promedio de una hora al aeropuerto de Sondika en la ciudad de Bilbao, el tiempo era lluvioso, gris y oscuro, del aeropuerto nos dirigimos a un hotel en el mismo corazón de la ciudad, al frente de la Ria, el hotel Nervión, en ese año recuerdo con claridad nuestra llegada, el tránsito peatonal de los estudiantes, casi todos usaban botas de hule debido al clima lluvioso y húmedo en Abril, al registrarnos sentimos la calidez del interior en el lobby, al otro lado de la ribera, al oeste , amarrado se encontraba el Consulado de Bilbao, que era el nombre de la embarcación que cobijaba a la Asociación Vizcaína de Capitanes de la Marina Mercante, la gota fría que se desencadenó en la costa vizcaína aquel agosto de 1983, causante de las gravísimas inundaciones, provocó entre otras catástrofes el hundimiento del buque.
El paseo frente al hotel y que va a lo largo de la ría en esa parte se llamaba Paseo Campo de Volantín, paso regular de estudiantes y trabajadores que buscaban o llegaban de la estación del tren urbano de Matiko, transporte que usábamos a diario para viajar hacía las instalaciones del astillero.
6 meses antes nos encontrábamos en un paseo a Playas del Coco con la familia, hospedados en una cabina prestada por una familia ramonense, habíamos viajado al norte del país hasta la ciudad de Liberia, por cierto, me recordaba al norte peruano por sus amplias llanuras que allá llaman sabanas, el lugar en que se encuentra Playas del Coco es la parte meridional del Golfo de Papagayo que años más tarde alcanzaría un gran nivel de desarrollo turístico.
Mientras yo dormía al lado de mi hijo mayor una siesta en la paz y tranquilidad de ese paraje, mi esposa entonces y mi cuñada, daban largos paseos por la playa, en una de esas caminatas entablaron conversación con dos turistas españolas, ambas primas que por primera vez venían a las Américas y escogieron Costa Rica como primer punto, Rosa Garayoa, rubia risueña y con marcado acento, Maite Aizcorbe la otra, era de pelo negro azabache, piel blanca y pómulos rosados, se le achinaban los ojos cuando sonreía, ambas de un gran carisma y simpatía,
Llevaron a estas dos chicas vascas a tomar café, nos presentaron y debo decir que hicimos una buena amistad, a raíz de mi trabajo previo en barcos españoles en los que uno coincide con marineros gallegos y vascos en su mayoría, los temas que ellas conversaban no eran ajenos a mi conocimiento, las conversaciones sobre política se hicieron fluidas y amenas, las invitamos a hospedarse en nuestra pequeña casa a lo que accedieron, después de ese primer encuentro llegaron después de un breve viaje a Nicaragua, se quedaron con nosotros por un par de días, donde les acompañamos por diferentes lugares del occidente costarricense, al final les fuimos a despedir al aeropuerto, direcciones van, direcciones vienen, quien hubiera dicho que al cabo de medio año les estaría visitando en Pamplona de donde eran originarias.
Al promediar el día salíamos de las instalaciones del astillero en la zona de Erandio en dirección a un pequeño restaurante, ¿O debería decir fonda?, de aquellos que abundan en todo el país vasco con un surtido y pintoresco bar al lado, después de una deliciosa sopa de porrusalda, que es hecha a base de puerros y papa y un guiso de carne y papas maravilloso que no recuerdo el nombre, más el infaltable vino, porque hay que decir que el vino entonces era más barato que la coca cola hacíamos una pequeña sobremesa en las afueras del bar, después de un trago de pacharán o ponche (demasiado dulce para mi gusto) siempre prefería una copa de brandy, siempre hacíamos sobremesa en las afueras, después emprendíamos el regreso.
Entendí la razón del sesteo español, a eso habría que agregar que en eso los norteños peruanos aportamos algo, pero quizás por el agobiante calor que no nos deja ser productivos (falacia), allá en el norte vasco, es la generosidad de la comida y lo espirituoso del vino de Rioja lo que nos lleva a reposar, al menos eso pasaba en el camino de vuelta, a excepción del conductor todos llegábamos de vuelta al astillero dormidos y babeados.
Los días pasaban bajo el cielo gris de Bilbao uno tras otro la misma rutina, si bien la empresa no nos ponía tope a cualquier pedido que hiciéramos con respecto a nuestra estadía o alimentos, la otra dotación de un barco gemelo que era mexicana y que se hospedaban en otra ala del mismo hotel, pedían licor y la pasaban de farra en farra a costa de la empresa.
Nosotros que éramos 4 tripulantes y el contramaestre que arribó posteriormente manteníamos un perfil bajo, yo en lo personal acostumbraba a llegar del barco e iba de frente a la cafetería, pedía un café cortado y algunos pastelillos, por la noche cenábamos todos juntos.
Los ticos sufrían pues ni el arroz ni los frijoles son de uso diario en España, menos aún en esta zona del país vasco.
– ¡Mozo! ¿Tiene arroz?
– ¡Pues no chaval! ¡No usualmente, los cocineros poco o nada preparan arroz! ¿Algún chino en la tripulación? Bromea intentando enganchar con nosotros.
– ¿No me podría preparar un arroz a la cubana por lo menos? Y es que, ¡Muero por comer arroz! protesta uno de los ticos.
– Lo siento, pero a menos que pida algo como una paella que si lleva bastante arroz podría comer aquí, ¿Me explico? Afirmó el atento empleado.
– ¡Ah bueno! dijo el contramaestre que quería llevar siempre la voz cantante
– ¡Tráeme una! Dijo muy serio, seguro y rápido.
– ¡Que no! Respondió el mozo. Que eso no se puede preparar de un momento a otro, si usted desea puedo dejar anotado para que la tengan lista para mañana a esta misma hora. ¿Les parece?
Con la decepción pintada en el rostro de los centroamericanos tuvo que asentir y quedar de acuerdo, sería hasta el día siguiente.
El capitán por otro lado estaba hospedado en un pintoresco y antiguo hotel en las Arenas una zona muy exclusiva de Bilbao, a excepción de los sábados o domingos que no teníamos que hacer, salía con la tripulación, en el primer domingo fueron hasta Santander en un extenso periplo al cual yo no asistí pues iba a viajar a Pamplona.
Sábado muy temprano, 5 am. Salgo cuando la ciudad esta aun a oscuras, cierro bien la chaqueta para protegerme del frío, el sereno y la humedad se refleja en el camino peatonal del Paseo del Volantín, camino a la derecha del hotel hasta llegar el viejo puente del Ayuntamiento que cruza la ría, me dirijo a la estación de buses a Pamplona, a un poco más de 1.5 km que hago caminando sin problema.
Pamplona
Compro el boleto, salimos al cabo de un momento, dejamos atrás el urbano y gris Bilbao y nos adentramos en las diversas campiñas que se encuentran a lo largo del camino, el bus pareció demorar casi 3 horas en el trayecto, recuerdo haber pasado por Vitoria, después no recuerdo otros nombres, aun habiendo revisado en los mapas actuales, no me suenan mucho, el día anterior había hablado con Maite para coordinar lo del viaje, está demás decir que se sintió sorprendida, primero por la llamada, segundo ante la posibilidad de reunirnos, al final del viaje estaba esperándome en la estación de buses de la ciudad, después de los saludos protocolares recuerdo el pavimento adoquinado y haber levantado la vista desde la estación y contemplar en la lejanía los aun nevados pirineo en esa fechas, la frontera común entre Francia y España, inmediatamente el terrible frío me produjo un incontrolable deseo de vaciar la vejiga, tuve que apurar el paso hasta encontrar un servicio higiénico disponible.
Nos dirigimos por unas estrechas calles a su casa, en realidad ella vivía con sus padres quienes me recibieron con un desbordante cariño, su madre hermosa y cálida, no escatimaron un instante por hacerme sentir bienvenido y en casa, el padre un servidor público y antiguo pelotari, vivían en un antiguo apartamento, pero no menos acogedor, el vestía una bata de levantarse, de voz adusta, me ofreció algo de beber mientras esperábamos por Rosa quien vivía en el otro extremo de la ciudad.
Rosa llegó al promediar las 10 de la mañana, nos saludamos y bajamos a recorrer la ciudad, recogimos a Merche una compañera de colegio, el paseo nos llevó al mismísimo centro de Pamplona, la Plaza del Castillo, esta con todos los árboles sin hojas me pareció triste, al frente fuimos a un bar muy conocido el Txoko donde tomamos algunas bebidas, caminamos por la calle de la Estafeta donde ocurren los San Fermines en el mes de Julio, sin embargo pese a estar fuera de época su connotación turística está viva de manera permanente, pequeños y acogedores bares temáticos, así hay los clásicos de tapas, otros con motivos de jazz etc. posteriormente hicimos un recorrido por las antiguas murallas de la ciudad y a la entrada de la Plaza de Toros donde termina el desenfreno del galope de los toros.
Al llegar el mediodía nos separamos, Rosa a lo suyo y Maite y yo a su casa donde sus padres nos esperaban para comer algo, bueno algo es un decir, su madre fue generosa con lo que comimos, entrada de espárragos, arroz con chirlas, que son unas pequeñas pero deliciosas almejas, alitas de pollo, luego piezas pequeñas de cordero, el vino es infaltable, para terminar fresas con nata, todo esto aderezado por una agradable conversación, al terminar, quedamos el padre y yo en el comedor, me invitó como es de rigor tras una abundante comida una copa de brandy y café, ofrecimiento que gustoso acepté, miramos algunas viejas fotografías de sus tiempos como jugador de pelota vasca y las comentamos, luego pase a su pequeña sala donde mirábamos en una vieja TV en blanco y negro algunas competencias ecuestres, el sueño se apoderaba de mí y me sugirieron descansar en un “chaise lounge” detrás de una cortina en un pequeño cuarto, no pude resistirme a la oferta.
Creo que dormiría un par de horas, como una impresora 3D el tejido de chenille que cubría el mueble me dejo impreso su patrón en la cara, si agregamos la babeada de rigor, con indicios claros de haber tenido un sueño sumamente profundo, no tenía buena cara cuando me despertaron para salir al centro de la ciudad, recorrimos nuevamente la Calle de la Estafeta y pasamos por varios bares, a diferencia del modo latinoamericano que practicamos, es decir el que ingresa , se sienta y se queda toda la noche en un sitio, los españoles al menos de esa parte del País Vasco, Navarra y La Rioja tienen por costumbre ir de bar en bar, tomar una copa, charlar un poco, y salir en una especie de recorrido constante, para los que no están acostumbrados puede resultar casi un “tour de force” para los bebedores latinos.
Al concluir la noche dejamos a Maite en su casa, iría a dormir en la de Rosa su prima, quien reside en un moderno apartamento y residencial, esta última me presenta a su madre, charlamos un rato, me invita una manzanilla que siento que me caerá bien, luego pase a descansar, llevaba apenas unas 12 horas en la hermosa Pamplona, pero parece que hubiera estado como 20 por lo ajetreado y variado de la estadía, me acomodé en la mullida cama y dormí plácidamente hasta el día siguiente.
La mañana como de costumbre a desayunar buen café y croissants con mantequilla, salimos al centro a un mercado de pulgas y recogimos a Merche, amiga de Maite del colegio, luego a Koldo, colega profesor y amigo de Rosa, nos encaminamos a la campiña navarra donde nos habíamos quedado en reunir con la madre de Rosa, su nuera y su hermano Xabier, médico de profesión que había sido miembro de la expedición navarra al Himalaya donde alcanzaron a escalar el DHAULAGIRI de 8.172 m. en el Himalaya, consiguiendo uno de los triunfos más resonantes del montañismo navarro.
Recorrimos kilómetros de hermosa campiña, campos de pastoreo y paisajes hermosos dignos de una postal, llegamos a un caserío en la zona de Roncesvalles a poca distancia de la frontera francesa, en medio de bellos paisajes se erigen casas de campo de lugareños, que acogen al visitante con comida propia de la región, mientras deambulábamos observando todo alrededor, la otra parte del grupo llegó, nos saludamos y procedimos a pasar a un amplio y ventilado salón de una de estas casonas, el cual hace de comedor para los turistas.
Trajeron de la casa, una enorme marmita con alubias y cerdo, papas, algo de chorizo, desde luego el omnipresente vino, las fresas con nata no faltan, mis favoritas, nunca faltaban, debe ser por la temporada, la sobremesa y charla para el final, después de un paseo alrededor, nos despedimos, el hermano de Rosa, su madre novia partieron rumbo a Pamplona de regreso, nosotros nos acomodamos en un pequeño Seat, me parece que era un Seat 126, Rosa y Koldo adelante, este pequeño utilitario de Seat es de solo dos puertas, así que atrás iba Merche, Maite y yo del lado de la ventanilla derecha, en el camino de vuelta de más de una hora cantaban canciones de su época de escolares que lo único que lograron, fue convertirme en mudo espectador, arrullarme y caer en un profundo sueño hasta que llegamos a la ciudad.
Llegó la hora de regresar a Bilbao, la despedida y la promesa de volver, el camino de vuelta esta vez en plena oscuridad, llegaría a Bilbao al promediar las 10 pm, de vuelta al Nervión a descansar, el lunes a iniciar la jornada normal en el astillero, nos quedaba si acaso un par de semanas más antes de salir a hacer las pruebas de navegación y después de eso partiríamos a África.
Después de ese memorable paseo volvería otra vez a Pamplona, fui un sábado, pero regresé el mismo día, para esas fechas el trabajo se había puesto un poco más exigente, y no nos quedaba mucho tiempo por estar en Bilbao.
Siete Machos
Iñaqui “Siete Machos” llegó de sorpresa a visitarnos, nos invitó a salir de chiquiteo, un término que significa salir a tomar vino en vasitos pequeños, para mejor descripción la definición de Wikipedia reza así: El chiquiteo (a menudo escrito con grafía vasca, txikiteo) es la tradición de tomar chiquitos (txikitos) o chatos, vasos pequeños de vino, yendo de bar en bar, en una zona limitada, con una cuadrilla de amigos y/o conocidos. Por ser la cantidad de vino moderada y para facilitar que los chiquiteros (txikiteros, practicantes del chiquiteo) completen su ronda y consuman en el mayor número de bares posible, el precio de la consumición suele ser moderado, aunque si el vino es “especial” (de mayor calidad) la tarifa es algo más elevada.
Iñaqui fue administrador de los barcos Entremares en el tiempo que estuvieron operando en Panamá, anteriormente lo fue en los barcos senegaleses como el Jofondor, Jilor y Niomre, era delgado, espigado, usaba barba recortada con candado, activísimo, siempre me pareció una persona justa y correcta, nunca exigía más de lo que podía dar, recuerdo cuando descargábamos en Taboga, no bien llegaba de Panamá se enfundaba un pantalón corto y sandalias de plástico como todos los pescadores vascos o gallegos y bajaba de frente al parque de pesca a supervisar que la descarga se moviera correctamente. Su visita me confirmó la clase de persona que era. Después de una amena velada nos despedimos, nunca más lo volvimos a ver, me contaron que había fallecido.
Bermeo
Bermeo una villa arraigada a la tradición marinera.
(Descripción)
Bermeo es reconocido, desde siempre, como uno de los puertos pesqueros de bajura más importantes de la Cornisa Cantábrica. Podemos encontrar documentación escrita sobre Bermeo del siglo XI, pero la fecha de su fundación es del siglo XIII. En el sorprendente mirador de Baztarre, que une el puerto viejo con el casco viejo, podemos disfrutar de un curioso mural que representa el paisaje del pueblo antes de su construcción como villa.
Domingo por la mañana, ese día iríamos de visita a Bermeo lugar de donde provenían la mayoría de marineros vascos con quien habíamos trabajado, cuando compartíamos en los barcos nos hablaban de sus vivencias en su lugar de origen, sus salidas y anécdotas, una de ellas sobre la calle de arriba (Goiko kalie) que es la calle Aurrekoetxea y la calle de abajo (Beheko Kalie) es la calle Talakoetxease y del Bar de la Fea entre Arresi Kalea y Nadir Tar Jon, que no es broma, que así le llamaban y existió hasta hace algunos años y me cuentan que hoy en día ya está cerrado.
Caminábamos por una de las calles, pienso que era la de arriba pues recuerdo caminar en una suave pendiente, nos cruzábamos con diferentes cuadrillas de amigos que hacen su recorrido, uno de ellos nos reconoció nos saludó efusivamente, nos invitó al Bar de la Fea, que antes había mencionado, al promediar el medio día fuimos a la Taberna Sollube que está frente al Parque Lamera, allí nos encontramos con Cecilio (Mosolo) que había sido patrón en uno de los Isabeles y en el Entremares I, también esperaba por nosotros Makaya quien sería nuestro navegador, estaba con su hija pequeña y su esposa, almorzamos todos juntos, claramente recuerdo haber pedido chipirones en su tinta, la comida vasca es sustanciosa, deliciosa, y en carnes y mariscos de primer nivel.
Extraño volver a probar un delicioso marmitako, que los cocineros vascos preparaban siempre en los Entremares.
Cuando llegó el día de partir después de las pruebas de navegación, salimos y el rumbo era directo a San Juan de Gaztelugatxe a pagar una visita a la ermita, la costumbre manda que cuando salen a faenar hay que hacer tres giros a babor y estribor para que el santo les dé suerte, tiramos algunas monedas al mar mientras el pito del TunaOro III sonaba de manera estruendosa como para hacerse sentir y hacer más dramático el momento, al final del acto, pusimos rumbo oeste noroeste para dejar atrás el Golfo de Vizcaya, posteriormente bajar hasta dejar Cabo Finisterre al este en rumbo a Las Palmas de Gran Canarias en el noroeste del continente africano. 1500 millas aproximadamente.
Después de recoger nuestra red en la filial de Casamar en Las Palmas de Gran Canarias hicimos un lance de prueba , habiendo salido todo acorde con lo planeado enfilamos la proa con rumbo al Golfo de Guinea, navegamos bordeando la parte noroeste del continente africano, entre el vértice de este extremo formado por Dakar y Cabo Verde, pasando por el medio, una vez superado este nos da oportunidad de cambiar a sur sureste de esa manera empezamos a adentrarnos en el amplio e inmenso Golfo de Guinea.
Dakar
Uno de los tripulantes senegaleses que se embarcaron con nosotros era uno al que llamábamos Samba, que hablaba bastante bien el español había trabajado como salonero en Las Palmas, hablaba aparte del wolof, francés, español y algo de ruso según el mismo contaba, no se lo del ruso, lo que si era un buen contador de historias, energético, era nuestro segundo asistente de cocina, porque había un primero, si había un muchacho español que trabajaba de maravilla con Pedro el cocinero y Samba que ayudaba con el menaje y los platos etc.
Después de un viaje de un par de meses fuimos a descargar a Dakar donde nos encontramos con antiguos tripulantes del Jofondor un barco senegalés en el que había trabajado anteriormente y que faenó en Panamá por allá de 1977, no era muy afecto a salir al centro de la ciudad, el desconocimiento del idioma y de la ciudad no nos animaba a salir mucho, si recuerdo caminar en una avenida de frondosos árboles, en algunas esquinas recuerdo haber visto lugareños ingiriendo alimentos con la mano, es muy común ver estas escenas donde el arroz de color amarillo es convertido en una especie de bolo e ingerido directo de la yema de los dedos en la boca sin que medie utensilios en el intento.
Habiendo estado en Las palmas había comprado un reproductor tipo “Walkman” de marca Kasuga, seguramente japonés, de una calidad de sonido sorprendente y que permitía grabar directamente de las estaciones de radio, una de las canciones que recuerdo haber grabado era “Breaking Away” de Al Jarreau, el fenecido cantante de soul y jazz, con suerte en la grabación mencionaban su nombre, con mayor suerte encontré el casete de este autor en un negocio de venta de música. Esa fue mi gran compra y algunas mascaras africanas como souvenir. Hecha la compra me devolvía a la embarcación en los muelles.
Dakar entonces se me antojaba una ciudad tranquila sin mucho contratiempo, llevábamos unos 5 días de descarga, cuando Samba observa que era el único que daba vueltas por la cubierta a esa hora de la noche, se me acerca entablando conversación.
– ¿Como estás amigo?
– ¡Hola Samba, que milagro por aquí?
-Amigo, ¿Quieres ir conmigo a mi barrio?
– ¿A tu barrio? ¿Qué diantres voy a hacer a tu barrio?
-Ven conmigo, ¡No hay problema! ¡Mucha chica, yo conozco mucha señorita!
-No! ¡Ni loco! Además, no tengo plata, No Samba, gracias, pero ¡No!
-Mira amigo, plata no problema, vienes conmigo, solo vamos primero al centro y de allí a mi barrio, muy tranquilo todo, ¡La hostia! ¡Vamos chaval!
Ante tanta insistencia accedí con la idea de salir un rato y despejar el tedio de 5 lentos días de descarga, tomamos un taxi al centro de la ciudad , recuerdo que nos dejó en un bar llamado algo así como Et Plantation, ingresamos al lugar donde en esa época una cerveza costaba hasta 1,200 CFA francos alrededor de unos 4 dólares, el lugar estaba lleno de bellas chicas francesas que ganaban bastante dinero en el ex-territorio galo para luego viajar y disfrutarlo en la Francia continental, así que muy disimuladamente observamos y nos retiramos del colorido “night club” o “boîte de nuit“.
El siguiente taxi nos dejó en un barrio de la periferia de Dakar, de escasa iluminación, ya empezaba a ponerme nervioso en haber confiado en el bendito Samba, el sin notar mi aprehensión caminaba muy orondo y presumido al haber llegado a su ciudad en un atunero de tecnología de punta y creo de lo que el quería vanagloriarse en su barrio.
Nos detuvimos a media calle, había dos mujeres de vestidos largos y pañoletas de hilos brillantes que cubrían su cabeza, él se acercó y habló algo con ellas, pasaron varios lugareños quienes de manera disimulada ingresaban en un oscuro pasillo.
– ¡Samba! ¿Qué hostias hacemos aquí?, ¡No me jodas Samba!
-! Tranquilo, ¡hostias!, espera, ¡te aseguro que voy a conseguirte una buena chica para ti!
– ¡Entiende no me interesa nadie, ni chica ni un carajo, vayámonos de aquí de una puta vez!
– ¡Espera un poco amigo, todo va a estar bien, confía en mí, confía en Samba!
Tras un momento de fastidio e impaciencia, Samba se fue al fondo del pasillo mientras conversaba o intercambiaba información con otro negro, se acercó y me dice, Ok amigo vamos adentro, ¡la cosa está adentro!
-Puta mare Samba, me cago en la leche, ¿Dónde mierda me has traído? Y resignado lo seguí, se acercó a la puerta y toco con los nudillos la puerta de ese lugar al fondo del zaguán, esta se entreabrió, se asomó un negro gordo con una especie de chapela tejida, sacó el cuerpo por entre la puerta y observó a través del pasillo, intercambió unas palabras con Samba, me miró, hizo un gesto adusto y siguió con Samba como si le hiciera un reclamo, mi compañero gesticulaba como intentando tranquilizarlo, hasta que el negro portero, hizo un gesto para que ingresáramos.
El interior parecía sacado de una película de aventura de los 40s recreada en algún lugar en Marruecos o en Tanger, la densidad del humo era notoria, una serie de mesas donde de manera bulliciosa, todos conversaban y gesticulaban mientras bebían cerveza, tal vez en un espacio de menos de 30 metros cuadrados estarían apiñados unos 25 lugareños, inadvertidos al principio, pero a medida que avanzamos en busca de una mesa vacía todos los ojos se volvieron sobre nosotros.
-¡No los mires, tranquilo! decía Samba, yo por dentro lo maldecía, ¡Negro de mierda, donde me has traído!
Finalmente nos sentamos, el negro gordo se acercó y nos trajo dos cervezas que Samba había ordenado, estaban calientes, en el interior había dos mujeres que usaban ropas tradicionales, adornadas con velos, ambas algo rollizas, y que parecían ser parte del entretenimiento del local, se dedicaban a ir de mesa en mesa y conversar, bromear y servir cerveza. Senegal es un país primordialmente musulmán y el consumo de bebidas alcohólicas están prohibidas entre musulmanes. Y todos los que estaban o la mayoría que estaban bebiendo eran creyentes.
– ¡No te preocupes amigo, aquí todos musulmanes, beben cerveza, follan, todo callado, ¿Comprendes? ¡Claro que comprendía a estos negros agazapados!
Mi mirada estaba concentrada en el vaso y en el esfuerzo por beber la amarga y caliente cerveza, ocasionalmente miraba alrededor tratando de no hacer contacto visual con la gente alrededor, no me ayudó mucho porque casi frente a mí en la mesa próxima había un negro en ropa sencilla, pero de gesto molesto y mirada malintencionada, noté que hacía gestos y agitaba los brazos con fastidio y gestos despectivos.
– ¡Sambaaa, eres un hijo de puta! ¿Qué mierda habla? Preguntaba tratando de disimular mi preocupación.
¡Espera! me dijo y se levantó, se acercó y en modo firme le habló al potencial agresor, el negro se levantó y empezó a discutir, Samba le pidió que se sentara, le dije:
– ¿Qué mierda quiere?
El piensa que tú eres español o francés, no gusta de estos y levantó los hombros, de pronto el negro movió su silla y se acercó, me dirigió algunas palabras en tono molesto. Ahora el cabrón de Samba se convirtió en traductor.
– Dice que le caen mal los españoles y franceses, que vienen a pescar se llevan todo.
– ¡Dile que no soy español carajo, ni francés… dile que soy peruano, mierda!
– ¡Un ami comprend, il n’est pas français, il est péruvien!
– Péruvien? Comme Cubillas?
– Dice que si tú eres peruano como Cubillas
– ¡Siii, dile que siii, el jugador del Perú en el Mundial!
– Mon ami dit que s’il est péruvien comme Cubillas!
El rostro del feroz y aterrador negro se suavizó y cambió por completo, percibí el cambio, el negro me miró por un momento y su rostro cambió de expresión, se suavizó y hasta sonrió, me extendió la mano y estrechó la mía, le pedí que se sentara, movió una silla y se acomodó, al cabo de unos minutos y tras intensas traducciones y diálogos de fútbol ya éramos amigos de toda la vida, tenía que salir vivo de esta, lo invité a que fuera al barco al día siguiente, a lo cual aceptó, mientras terminamos un par de horribles y calientes cervezas, siempre dando vivas a la genialidad futbolística del Nene.
– ¡Vive le Pérou, vive les Cubillas!
– ¡Que viva!
¡Gracias Nene, gracias Cubillas! , tu figura, tu fútbol quizás salvó a este infeliz blanquito de terminar descuartizado en un oscuro callejón en Dakar en el África Occidental.
¡Deberían haberte canonizado negrito lindo!
Bonus Track: