El asistente de máquina subió pesadamente la escalera metálica, usaba sus auriculares protectores, subía dejando atrás el intenso ruido y el sofocante calor de la sala de máquinas, a sus 57 años José estaba algo subido de peso, vestía pantalones jeans holgados y zapatos de seguridad los cuales no parecían tener un color preciso por los efectos de la grasa, el diésel y otros corrosivos propios de su trabajo, con una pieza de trapo que le servía tanto para enjugarse el sudor y limpiarse de manera rutinaria las manos, algunas herramientas colgaban de sus bolsillos traseros, salía del umbral, a la entrada de la máquina, justo encima de esta, asemejando tubos de un órgano musical de alguna iglesia se elevaban las muflas cubiertas de asbesto que protegían las toberas por donde escapan todos los gases y humo de la máquina principal, todo el armatoste que formaba la chimenea de esa embarcación.
Era el ingreso y la salida, el ingreso al bullicio, a los pasillos y maquinaria, a los compresores, y auxiliares, al penetrante olor a combustible, al sudor constante, al aislamiento, como parte de sus tareas en el día debía revisar el nivel de agua, la presión de aceite de cada uno de los motores auxiliares, revisar que los compresores estuvieran en orden, su rutina era la misma cada día, realizaba ese trabajo sin descanso, al terminar la jornada debía limpiar con esmero la centrifugadora de combustible, era un trabajo monótono, ese artefacto que evita, que segrega la suciedad, el barro acumulado del petróleo e impide que pase a ensuciar el sistema de la maquina principal.
Se sentaba en un pequeño banquito, al su lado un balde lleno de diésel, donde iba sumergiendo cada una de las capas metálicas de la centrifuga, les pasaba el trapo rebosante del líquido para sacarle el exceso de impurezas, las enjuagaba y las iba colocando en perfecto orden, de no hacerlo así, no se acomodarían los platos y tendría que volverlos a posicionar, él sabía su rutina y era algo que repetía religiosamente, de vez en cuando llamaba a uno que otro tripulante de máquina y le pedía ayuda, José era como el sacristán de esa máquina, lo único que le faltaba era comer y dormir en ella.
De vez en cuando tomaba un descanso y subía hasta el pasillo lateral del taller dos niveles arriba, donde estaba ubicado el torno, también había un ducto de ventilación que empujaba con fuerza el aire, esto resultaba en un ambiente más fresco, allí nos sentábamos a veces a fumar un cigarrillo, a jugar cartas, a charlar, allí hacíamos el relevo cuando tocaba guardia, en ese mismo lugar colgaba el pizarrón con las notas, avisos o la relación de las guardias. Era el camino de ida y vuelta de José en ese pequeño mundo que era el barco atunero.

El flaco Elías, Manuel, Chepillo y yo nos encontrábamos departiendo alrededor de un carrete vacío de cables que fungía de mesa de naipes, sube el asistente de hacer su chequeo de rutina y se pliega a la conversación.
¡Que hijo de mi alma! Lo que me pasó ayer y sacudía la cabeza de lado a lado, Elías sonreía mientras aspiraba una bocanada de su Marlboro.
– ¿Qué pasó Cheo? le decía en son de broma, José, Chepe, Josesito.. no jejeje reía el asistente.
– ¡Que hijo de puta mae, nombre lo que me pasó ayer! y sonreía destacando su bigote cano, se le achinaban los ojos y de las líneas de expresión resaltaban notoriamente las arrugas de su oscura frente y seguía meneando la cabeza.
– ¡Mae! nunca me había pasado algo así, vea mae se lo voy a contar, pero solo para ustedes, que no llegue a oídos de Tommy, ese yugoslavo es medio mozote y se vaya a poner con varas.
– La curiosidad era inevitable y las promesas generadas por esta casi nunca se cumplen.
– No, no tranquilo, cuenta nomas, aquí todos somos de máquinas, no hay nadie de cubierta, no está Pedro que ese si es sapísimo dijo Elías a manera de defensa, dale cuenta … ya hombre que te haces de rogar.
– Vea mae, en serio entre nosotros… nos congregamos más cerca para escuchar mejor, Jose se enjuga el sudor y con su risita nerviosa de siempre empieza su relato.
-Mae, ayer venía justamente de revisar la temperatura en el túnel, a veces me quedo un rato pues allí está más fresco, antes de subir, y ya había revisado todos los niveles, le iba a entregar la guardia a Juro el yugoslavo y cuando termino de subir el último tramo, ya en la sala de compresores, no sé cómo miro hacía la parte alta de la mufla, es que había algo brillante que llamó mi atención y me hizo mirar hacia arriba. Hizo silencio por un instante, lo vi tragar saliva y se le pusieron vidriosos los ojos, se enjugo una lagrima de la comisura de los ojos. Elías se acercó intentando calmarlo.
– Ya José tranquilo, hombre, no hay nada que no tenga solución … ya tranquilo. El flaco asumía la figura serena y tranquilizadora, Chepillo que lo conocía de Puntarenas lo secundó.
– Ve este mae, no jodás! tranqui José, no pasa nada!
– Vea, dijo el asistente ya más sosegado y animado por los demás.
– Mae, cuando miro hacia arriba había un tipo entre las muflas, todos nos miramos sorprendidos como preguntándonos con la mirada si eso podía ser cierto.
Marino
-Se lo juro mae! ¡Estaba vestido de blanco y el tipo me miró, por un momento pensé si alguien estaba haciendo algún arreglo, pero no lo reconocí, el tipo me miró a los ojos, mae por mi madre, había una persona allí, me miró feo mae, se lo juro muy gacho casi me hago tirado y de un paso salí al lado del torno, me dio una tembladera así que subí al baño a mojarme la cara mae, que gacho hijo de puta nunca había pasado algo así!
El flaco Elías nos miró a cada uno de nosotros, dirigiéndose a mí, me dice ¿puedes ir a mirar?, solamente estaba a dos pasos, todos estaban allí, que me podía pasar, me levanté cauteloso y me fui acercando, el flaco a mi lado como acompañándome, me inclino intentando mirar hacia arriba y el cabrón de Elías me da un leve empujón, pasé trastabillando el umbral de la sala de compresores y por poco resbalo, como un resorte regresé al lado del torno.
– Flaco conchetumare! , oee estas huevón mientras todos los demás se alejaban en una pura risotada, el grupo se dispersó en el camino a la cubierta superior, aún quedaban algunas horas de luz, Manuel y el flaco nos encontramos en la “perrera” el camarote grande de proa, el flaco de un salto se metió en su camarote, él ya estaba vacunado contra las constantes diatribas y reclamos de Perico, el jefe de cubierta que siempre lo iba a sacar de su litera, jóvenes como éramos fumábamos como si fuese el ultimo día en la tierra, el tabaco era barato, nos cobraban 5 dólares por cartón, del “duty free” de Panamá, podía escasear cualquier cosa menos los Marlboro, si Manuel pedía por un cigarrillo, yo le contestaba, agarra un paquete de mi litera y viceversa.
Al caer la tarde, el capitán llama por el sistema de altavoces a la cofa y pregunta: ¿Se mira algo?
-Nada capi, está pelado, no hay pájaros, nada de nada capi.
– Ok, cierra lentes, ¡cierra todo! los miradores en el mástil, cubren con sus respectivos cobertores los binoculares, aseguran las ventanillas y empiezan el descenso por la jarcia, mientras la tarde va dando paso lentamente a la noche, es un momento de serenidad; pero la actividad se concentra en el puente, las radios, los códigos, la estrategia para el día siguiente, el capitán decide pernoctar en esas aguas, el barco sigue corriendo por una hora más, hasta que se siente la descompresión, el escape de aire de los mandos y la desaceleración de la máquina, las luces de cubierta se encienden, algunos fuman en el exterior hasta que la campana suena llamando a todos a cenar.

Preciado es el cocinero, es natural de Talara un puerto del norte peruano, piel aceitunada, aparenta unos 45 años es de pelo negro y crespo, usa un bigote pequeño y recortado, manos rugosas, tiene un ojo blanco, inútil, así que siempre usa lentes oscuros, para ocultar esa imperfección.
Tiene una amplia experiencia en la cocina, ya había trabajado en los cañeros, es amigo del chisme y las bromas, cuando se siente molesto o incómodo en sus dominios, es decir en la cocina, esparce pimienta con generosidad en la plancha caliente y todos salen espantados, yo ya había trabajado anteriormente con él en otra embarcación, nos tratábamos con respeto.
Después de la cena nos volvíamos a reunir para escuchar algún casete, el flaco Elías siempre reclamaba que para que escuchábamos una y otra vez música de las cintas.
– Eso es una huevada! Es música muerta, sintoniza una emisora, radio en vivo, música viva, no esa huevada de casete,
– ¿Qué chucha vas a escuchar, puras cumbias?
– No importa decía el flaco y empezaba a hacer la pantomima que bailaba, las carcajadas nunca faltaban y mientras hacía su actuación, el adusto jefe de cubierta llegó sigilosamente y lo observaba dese el umbral de la puerta, se llevó el dedo índice a la boca como pidiendo silencio y que nadie lo delatara, Elías se contoneaba con más dedicación, los demás sonábamos las palmas, cuando terminó su giro se encontraba cara a cara con Pedro.
Perico se quiso hacer el serio y le dice, ¿Para eso te he traído huevón? Elías no puede sostener la carcajada, Perico tampoco la puede evitar y yo le digo, ya Perico ríete nomas que no te va a crecer el pelo de tanto joder. El jefe de cubierta da media vuelta y se va, pero yo sé que iba riéndose, lo que tenía que pagar para mantener la idea de ser un jefe serio y exigente.
Bajé al comedor alrededor de las 8 pm. un grupo de compañeros jugaban naipes, crucé algunas palabras con Chepillo en la mesa opuesta, me había sentado justamente al lado de la puerta de ingreso, un mueble semicircular que iba a lo largo del contorno de la pared, encendí un cigarrillo y nos hablábamos de una mesa a la otra, terminé con la última bocanada y la somnolencia me ganó, me acosté a lo largo dejando los pies colgando casi alineados al borde interno de la puerta, el murmullo de la conversación y el ronroneo del aire acondicionado me sumieron en un profundo sueño.
Hay episodios que me sucedieron mientras navegaba y que por algún tiempo no los entendía; pero los he llegado a comprender con el tiempo, uno en particular, su explicación tiene sentido y la he aceptado plenamente, sin duda la parálisis del sueño, era un término desconocido para mí en 1977, tal vez no haberlo experimentado previamente me indujeron a pesar en un fenómeno fuera de lo normal, ante lo desconocido surgen miles de teorías.
Se decía que este atunero había sido utilizado durante la Segunda Guerra Mundial como una embarcación barreminas, otros decían que había sido un barco hospital, otros contaban que, si había muerto gente en el mismo, historias, cuentos y mitos. Si quiero recordar algunos detalles que tal vez ayudaban a alimentar la superstición entre los pescadores.
Cuando uno bajaba a la sala de máquinas, siempre existía esa idea o percepción de que algo te observaba, como si alguien estuviera apenas a un giro de tu cuello, no lo niego, al menos en una oportunidad percibí esa sensación, tome una llave Steelson en mi mano y profiriendo insultos para darme valor revisé lo que me tocaba hacer y regresar de manera pronta al taller, al lado del torno donde esperábamos para bajar y revisar cada media hora.
Teobaldo Pitot era una persona que sufría de pesadillas constantes y en más de una ocasión lo escuché pegar de gritos y proferir insultos dormido, no sé si era una condición propia de él o algo le afectaba cuando estaba abordo, era un barco con algo de historia a cuestas, uno nunca sabe.
Después de caer en ese sueño profundo, a mi derecha puedo observar el cierra puertas de muelle en la parte superior de esta que se abre suavemente , con la pesadez del sueño y con los ojos entrecerrados siento que alguien pone pie en el comedor, veo a un tipo vestido de blanco, un traje de marinero como los que se usaban en verano, con su lazo negro perfectamente hecho, lo miro acercarse, me observa, estoy inmóvil, lo que atrae mi mirada es el niño que lleva en los brazos, no me habla, intento decir una palabra pero no puedo, el apagador de la luz estaba al alcance de mi mano pero siento que no llego, trato de incorporarme, es una batalla, es un esfuerzo, la angustia se apodera de mí, en ese esfuerzo el tipo levanta su pie y posa su zapato negro en mi pecho y hace presión sobre mí, sentía que el esfuerzo me ahogaba ya en el momento más álgido y desesperante, me levanto de pronto, enciendo la luz, todos los compañeros se habían ido , el comedor estaba vacío, miré el reloj que colgaba del mamparo, eran pasada la medianoche, sudaba, miré alrededor, me asomé al pasillo del torno y vi al fondo a Juro el yugoslavo leyendo y fumando.
Subí las escaleras a la cubierta superior y fui a mi cabina, ya había sido suficiente por ese día, necesitaba dormir, antes me asome a la “perrera” Manuel con su luz encendida leía algo, el flaco Elías dormía, era su día libre le tocaría guardia hasta el día siguiente.
No quise comentar el evento con nadie, me dije ha sido un mal sueño, una pesadilla, el tiempo pasó, olvidé de momento lo sucedido, volvimos a la rutina diaria, todo pasó, o eso era lo que yo creía.
Al día siguiente todo se desenvolvió con absoluta normalidad, la pesca era esquiva, el capitán decide cambiar de zona, navegaríamos toda la noche. Cuando esta llega cada uno busca descansar de la mejor manera, me tocaba guardia de primero, de 6 a 8 pm, el bendito flaco ya había vuelto a su rol normal de guardias, después de terminar subí descansar, las luces apagadas, Tonchi tenía la suya encendida, seguro leía algo, Pitot roncaba como los dioses, serían casi las 11 pm y el flaco de marras sube a mi camarote, lleva en sus manos una linterna que apunta hacia abajo para no despertar a los demás.
Calilo..oye Calilo, me despierto casi de inmediato.
– ¿Qué pasa? ¿Qué fue?
– Acompáñame! ¡Necesito que veas algo, rápido!
– Oye no jodas flaco déjame dormir, miro su expresión y noto urgencia en su rostro
– No jodas flaco puta mare, que eres una ladilla oee!.
-Por mi mare, necesito que vengas, ¡te lo ruego mi hermanito! Fastidiado me siento en el borde de la litera, me pongo los pantalones y me levanto, el flaco sale y baja por la escalera interna que da a la entrada del pasillo antes de la cocina pero que se dirige al área del taller siempre cerca del torno, voy detrás de él.
– ¿Qué es el asunto? Me sigue indicando que lo siga con un gesto para que avance junto a él, bajamos las dos escaleras hasta llegar a la maquina principal, yo voy detrás, pero se me pierde de vista, oeee mierda! ¿Dónde andas? El ruido es tremendo, los gases calientes y el característico y enrarecido olor a diésel me cansa, me detengo, miro si está en el túnel de la sentina, pero no lo veo, no habían pasado ni dos minutos y ya me regresaba, cuando se aparece por un costado de la maquina principal.
– Ya!, ¡vamos! Y pasa delante de mí como un rayo, como si algo lo siguiera, obviamente lo vuelvo a seguir, hasta pasar por debajo de la salida de la chimenea, salimos al lado del taller y se detiene esperando por mí.
– Oye flaco de mierda que eres cojudo, para que me haces bajar, que era lo que me ibas a enseñar, este me mira y tan largo como era el deja asomar una risa tras la poblada barba,
– Tú crees que después de lo que habló el huevón del asistente yo iba a bajar así nomás, las huevas, me re-contra cagaba de miedo.
– Gracias mi hermanito!, lo miré con cara de pocos amigos y le dije:
-Flaco eres un maricón de mierda, te cagas de miedo y me hiciste bajar solo para sentirte acompañado, conchetu…, el flaco se devaneaba en piruetas y risas.
-Mañana le cuento a la gallada maricón carajo jajajaja, no pude aguantar las carcajadas
Vuelvo a mirar atrás en el recuerdo y pienso, si eran esos los miedos que nos acompañan siempre, el temor a lo desconocido, a la soledad en un espacio reducido, y entiendo que son otros los temores de hoy, vuelvo en el recuerdo y también veo grandes amistades y compañerismo, el tiempo no ha logrado borrar ese cariño por lo vivido, por lo que compartimos, por el amigo que se fue por siempre, pero cuando su recuerdo aflora, algo me dice que está presente y muy vivo, los griegos decían que existen dos muertes, la física, aquella inevitable por la desaparición del cuerpo y la definitiva que es cuando quedas en el olvido.
No has muerto Manny, te recordamos tal como el día de ayer.
Un abrazo inmenso a todos mis amigos y compañeros de mar.