El Fulo
Koki creo que tenía unos 26 o 27 años cuando lo conocí, era piurano, blanquito, rubio ondulado, ojos celestes, cualquier desubicado lo hubiera confundido con un gringo, pero además de su dejo que lo traicionaba era chato, petiso pero fornido, ni gringo ni nada era un “patita” piurano con ansias de aventura, lo conocí en un barco español, era primer “spibotero” sabía su oficio, y como loco que era corría cualquier riesgo sin medida. No sé si sería familia de Alfredo también piurano quien había trabajado una década antes en Kapishe un barco de bandera canadiense que descargaba atún para Star Kist en Paita, yo era un mocoso y lo recuerdo con barba, pelo largo tostado por el sol, usaba botas de caucho, sentado en las barandas del malecón cerca del Toril, cerca de Jorgito Yen, aprovechaba la generosa sombra de un algarrobo para descansar, parecía más bien un personaje de los “western spaghettis” de la época como un Terence Hill criollo, siempre me pregunté:
¿Qué hará este colorao piurano en la pesca?, ¿Como fue que llegó, si estos piuranitos no pasan de la Av. Grau y comer helados en el Berlin o el Venecia? Koky ya había trabajado en los Isabeles, como se les conocía a los barcos españoles de Garavilla, y de alguna forma tenía cierta experiencia como “spibotero“, si bien yo y había trabajado en ese mismo puesto en varias embarcaciones debía reconocer que no tenía ni la pericia ni el arrojo demencial de este piurano, porque yo asumía que algo de locura tenía que haber en esa actitud de desprecio por la seguridad, en las faenas, en la pesca de los “porpos“.
En esos días ya algo lejanos, podríamos decir que a comienzo de los 80s, entonces los motores en boga para la pesca sobre delfines en este lado del Pacífico eran los Mercury, por otro lado los Mariner y Yamaha y ocasionalmente los Envinrude, todos estos apenas empezaban a posicionarse en las preferencias de los capitanes de pesca, cuando los Mercury saltaban y la hélice salía del agua se neutralizaban, así que había que colocar la palanca de velocidad en posición de neutro y con un movimiento rápido acelerar para no perder velocidad y poder continuar en vertiginosa carrera arreando los “porpos“.
Mientras que el estándar para esos tiempos era 90 HP nosotros usábamos Penta Volvo semi fuera de borda 135 HP (solo la extremidad con la hélice sobresalía del cuerpo del “speedboat” de aluminio, el pesado motor estaba en una caja dentro de la misma embarcación) sentíamos que estos Volvo que eran fuertes, rápidos, poderosos y nunca se detenían, eran la simbiosis perfecta entre la máquina y el hombre en una cabalgata sobre las olas. El “spibotero” ganaba un poco más que el tripulante común, era un plus pues tenía que soportar el golpe de las olas, el “spray” del agua salada, el riesgo y el mantenimiento y puesta en óptimas condiciones de su herramienta al terminar el arreo de los delfines, subir al barco, recargar su tanque de gasolina y continuar con la estiba de la red y toda la maniobra posterior hasta embarcar la pesca en los tanques si había éxito en el lance.
Los hombres de mar, aquellos curtidos y los que no eran marinos propiamente, pero que su paso por el mar era producto de una profesión afín, convivíamos en un solo espacio, personas con una oficio que apuntalaba las técnicas modernas de acarrear los túnidos a bordo, pilotos de helicóptero, mecánicos de aviación, su labor era volar y llevar al capitán por lo alto en su búsqueda por la mancha, por el cardumen, por el objeto flotante, por la pajarada, por cualquier indicio que deviniera en un lance. Frase más cierta que esta no hay “red en el barco no pesca”, una vez que el “chopper” aterrizaba en su plataforma, el mecánico se dedicaba a revisar la aeronave con minuciosidad, recargar combustible, el piloto tomaba el papel de espectador o se dirigía a descansar, su trabajo era de una gran responsabilidad y las estadísticas de fatalidades eran un recordatorio del cuido extremo que debía tener este gremio.
Cuando el barco llegaba a Balboa, el puerto en Panamá o a Taboga la isla más cercana a costas panameñas para descargar, la tripulación en forma rotatoria tomaba algún tipo de descanso, los marineros comunes en su mayoría iban por la noche a gastarse el adelanto de pesca en los bares de Calle J o en los sórdidos ambientes del Hotel Ideal, un edificio que fungía de centro de esparcimiento para los marinos, el dueño un griego que era generoso dando crédito a los pescadores, por otro lado el piloto y mecánico se dirigían al norte, a Chiriquí específicamente, lugar dónde estaban los talleres y oficinas de la empresa de aviación, Alex Stegmayer era un alemán naturalizado americano, experto piloto a su edad, toda su experiencia la había volcado en su empresa dedicada a los helicópteros en los atuneros, la pesca pagaba mejor que la fumigación de arrozales, tarea con la que se inició en el negocio en un principio en el norte panameño, luego se decantó por la pesca, sin duda el negocio se sentía próspero, Alex sonreía, algunos rumoreaban que el hijo había volado narco avionetas en Perú, pero eso era otro nivel y otra historia. Koky en algún momento recibió clases de pilotaje, en su constante búsqueda por destacar de los demás, creo que lo hacía porque lo apasionaba o quizás por el aderezo a su vida que solo la adrenalina otorgaba, también limpió cauces de riachuelos en la zona de Seattle, en esa ocasión era pescador de atún.
Transbordo
Cuando me embarqué en el Entremares Dos un inmenso atunero de 1200 TM, construido en Astilleros del Cadagua en el país vasco, me tocó de compañero de habitación, la cabinas de los tripulantes eran bipersonales y quedaban del lado de babor, los engrasadores o maquinistas por estribor, la nuestra era la primera en la proa, eran amplias con dos especies de roperos modernos, un mueble confortable, un lavabo , una escotilla u ojo de buey que inundaba de luz el camarote, Koky dormía en la litera superior yo en la de abajo, suplida con aire acondicionado central, había que dormir con una buena cobija.
