Artola
En uno de esos fines de semana, me indica que íbamos a visitar a un amigo en el centro de Miraflores, aunque territorialmente vivíamos en el mismo distrito; pero casi en el borde con Magdalena del Mar, la Av. del Ejército estaba a pocos metros de donde vivíamos, llegamos a un apartamento en una pequeña y silenciosa calle en otra parte del distrito, una puerta camuflada por un frondoso grupo de bambúes, que resultaba inusual por no decir raro en un clima como el limeño, subimos al segundo piso, tocamos la puerta y nos abre una chica que al ver a mi padre sonríe y lo saluda con familiaridad.
– ¡Holaaa Nitto!, pasa por favor, se saludan de beso protocolar en la mejilla, ¡Hola Martha! Mi padre me toma por los hombros y dice: mi hijo, la agraciada mujer se inclina y me saluda de beso.
– ¡Es igualito a ti! Mi padre sonríe, si pues, ¡aquí está conmigo! No digo una sola palabra, me cohíbo ante la presencia de la mujer, se veía afable, sincera, tenía una hermosa sonrisa.
– ¿Cómo va el paciente, pregunta mi padre?

– ¿Cómo crees? ¡Muy engreído! y sonríe, pasa por favor! y nos señala el camino, cruzamos una sala acogedora con cojines, retablos, arte cuzqueño, diversos afiches, veo uno con la imagen del Che Guevara, pero con una frase de Javier Heraud “Yo nunca me río de la muerte. Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles.”, otro afiche de un arte pop explosivo alusivo al Café-Teatro Zanzíbar, uno de los primeros lugares en que los grupos de rock de entonces empezaron a tocar, el ambiente de la estancia era dominado por una chimenea, no recuerdo si era decorativa o funcional, revistas de arte encima y un mural con recorte de revistas y diarios, reconozco una foto de Armando Artola el otrora regordete ministro del Interior del gobierno de Velasco, y sus emblemas del ejército pegados encima de la calva como unos cuernos, diabólico pero no menos chistoso collage.
En pleno Velazcato y a raíz del fatídico terremoto del año 70 se contaba un chiste a costa de la figura del ministro Artola, en el ambiente popular lo tildaban de tonto o torpe. El chiste rezaba más o menos así:
– Decían que había una embarcación pronta a zarpar rumbo a Chimbote con suministros necesarios para los damnificados, entonces la sobrecarga de esta ponía en peligro su estabilidad, ante lo riesgoso de la situación fueron a consultarle a Artola.
– Sr. Ministro, la nave está sobrecargada, ¡y corre el peligro de zozobrar! le indicaban sus asesores.
-Artola responde presto y sabiondo:
-Debemos correr el riesgo, es preferible que “zo zobre a que fa falte “
Los chistes producto de algunos lapsus o deslices expresivos, no le hacían mucha justicia al calvo de Artola que era un oficial con amplia preparación académica y experiencia en los servicios de inteligencia Nacional y del Ejército del que fue jefe precisamente cuando estalló el brote guerrillero en 1965.

-¡Hola Ivan!
-Que sorpresa Nitto! pasa por favor, se estrechan la mano ¿Y este muchacho?
-Mi hijo, está viviendo conmigo, estudiando, bueno en Chaclacayo y se viene a pasar los fines de semana conmigo.
Ivan Rabinovich, quien era un artista plástico yacía acostado en una cama con varios cojines a su alrededor para acomodar su escayolada pierna, había sufrido una fractura producto de una caída, Martha se acercó con un plato de comida que alcanzó al barbudo Iván, prosiguieron charlando sobre trabajos de arte, serigrafía, colegas etc., subrepticiamente y como quien no quiere la cosa, me devolví a la sala a seguir observando todo, los libros, los cuadros, la decoración, los afiches con ese estilo pop y psicodélico muy en boga en esos años, me solazaba descubrir el exquisito gusto por todas las cosas que se veían así, ese desorden que parecía crear el espacio y el ambiente apropiado para el modo de vida del artista.
Martha Vértiz, fue una consolidada artista plástica en los últimos 40 años, sin embargo, fue muy conocida antes al ser uno de los personajes de un sonado asesinato con ingredientes de crimen pasional, cuando Segisfredo Luza asesinó a Fares Wanuz a quien se presume Luza celaba con Martha, eran los inicios de los 60, no obstante, ella dejó atrás ese oscuro episodio de su vida en favor del arte.

Pies de Barro
De vuelta al colegio. Los hermanos Duarte eran hijos de Francisco Duarte que en los tempranos 70 fungió como presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, los típicos hijos “papi tiene plata”, pesados, presumidos y que le refriegan a los demás su estatus, mirando por encima del hombro a sus pares, el mayor que no recuerdo su nombre era regordete, algo narigón, ambos de pelo castaño pero crespo, casi hirsuto, el mayor era un bocón empedernido y al que había que celebrarle todas sus chanzas, el menor era compañero de clases, pero nunca me relacioné con él.
En 1971 se dio una huelga magisterial que no tuvo larga vida, pero que sin duda obligaba a la paralización del curso lectivo, nuestro colegio no se veía afectado en manera alguna al ser una institución privada; pero nunca falta el vivo, el criollo que envidia la suerte de no asistir a clases de los colegios nacionales, uno que quiso hacer de líder de una huelga de apoyo al magisterio, el que se arrogó el liderazgo fue el mayor de los Duartes, durante un recreo y antes que sonara el timbre de regreso a clases, hizo congregar a los mayores de secundaria en el centro de la cancha de fútbol.
– ¡A ver! Nadie sube a clases, vamos a apoyar a la huelga de los maestros, mientras impartía instrucciones.
Se imaginan un hijo de papi apoyando a la huelga magisterial donde el reclamo era por mejoras salariales, nada más disociado que recibir el apoyo de alguien completamente ajeno a sus reclamos, que ni por asomo entendía el contexto de la lucha magisterial y su único objetivo era no asistir a clases.

En esos días se había estrenado en los cinemas de Lima una película llamada “Las Fresas de la Amargura” (The Strawberry Statement) una producción que retrataba el ambiente estudiantil en los tiempos de la guerra de Vietnam, el asunto se centra finalmente en la gran escena final, en la entrada de los soldados en la universidad y el desalojo violento de los estudiantes.
El gordo Duarte se alucinaba el personaje de la película, recuerdo verlo entre el tumulto, y en medio del barullo de estudiantes arengar a los alumnos, a actuar como en la película, se movía de un lado a otro, daba instrucciones de manera constante, en algún momento empezaron a corear consignas como ¡Huelga, huelga!
Todos sentados en un gran círculo en el centro de la cancha.
Dolorier observaba a escasos metros con asombro primero debido al súbito despliegue de los alumnos, después con detenimiento, puso ambos pulgares en el borde interno de la correa y movía la cabeza de lado a lado en obvia desaprobación, todos sentados coreando consignas improvisadas y Duarte haciendo gestos, él vivía su propia película, no me cabe la menor duda que lo sentía así.
Estamos claros que la época de los hippies, el movimiento de protesta contra la presencia de los norteamericanos en Vietnam y los primeros años del gobierno de Velasco promovían un ambiente romántico a este tipo de protesta, pero que en retrospectiva vemos que esa figura no calzaba a claros ejemplos de la pituquería más rancia de San Isidro. No en esos temas por lo menos.
El timbre que señalaba el final del recreo anunciaba un desenlace, el momento era tenso sin duda.
Yo observaba bajo los cimientos de una plataforma que comunicaba el piso de secundaria con el comedor de la escuela, ese espacio era lugar de reunión y sombra, Dolorier se movía a lo largo de la cancha de fútbol, señalando al segundo piso, dijo en su mejor tono conciliador.
– Vamos, vamos a clases, ¡Ya estuvo bueno! Y sonaba sus palmas, señalaba hacía el segundo piso, pero nadie se movía, los alumnos se miraban entre sí sin saber que hacer, Duarte corrió al centro del círculo y levantando la voz dijo:
-Nadie se mueve y empezó a azuzar a todos. ¡Huelga, huelga! Las consignas se volvieron apenas un rumor.
Eso fue la señal que rebasó la paciencia de Dolorier, lo vi soltarse la correa mientras Duarte disfrutaba sus cinco minutos de gloria, se acercó por detrás y sin previo aviso le propinó un correazo en los flancos traseros de su detestable gordura, este se encogió y por un momento intentó encarar al jefe de normas educativas sosteniendo una mirada retadora, craso error, este no lo pensó dos veces y le arreó dos correazos más con tal energía que Duarte casi tambalea, los más pequeños empezaron la carrera despavorida escaleras arriba y en un santiamén el campo quedó desierto, el gordo aún desafiante quiso hacerse el lento y Dolorier lo premió con otro más, el actor fallido ya no tenía la mirada retadora sino una de humillación, mientras subía al piso de la secundaria el auxiliar muy seguro de sí mismo le recetaba y aseguraba un sábado de inamovilidad, lo recuerdo y aún lo disfruto.
El sencillo Dolorier acabó de un solo correazo las aventuras egocéntricas de un patán y bufón, mientras recuerdo el incidente esbozo una sonrisa, repito, aún lo disfruto.
Bonus Track:
Caso Luza:https://procrastinadorsite.wordpress.com/2016/02/09/doctor-sombra/