Pulpos y no cefalópodos: Llamar las cosas por su nombre.
Artículo escrito en marzo de 2017
Preludio
En 1977, este servidor trabajaba como “spibotero”, un término spanglish para “speedboat driver“, es decir, el conductor de lanchas fuera de borda utilizadas en la pesca del atún, ya sea como auxiliares o en la modalidad de pesca con delfines. De esa época recuerdo a Pedro “Perico” del Solar, Tonche Neyra, Teobaldo Pitot, Charrúa como panguero, y al cocinero talareño Preciado. También a mi inolvidable amigo Manuel Souza y al capitán de pesca Bozidar Seselja, de origen croata.
En aquellos días faenábamos en los caladeros al suroeste de Galápagos. Cuando el winche falló, nos vimos obligados a buscar repuestos en el puerto de Manta, Ecuador. Tras cumplir con las tareas de rigor, la tripulación aprovechó para pasear por la ciudad. Encontramos un puerto pujante y lleno de comercio, aunque lejos de lo que Manta llegaría a ser: la capital atunera del mundo.
¿Cómo explicar este desarrollo? ¿Cómo entender el auge geopolítico de Manta, que pasó de ser un puerto apacible a convertirse en el “hub” atunero de la actualidad?
Antecedentes
A principios de los años 80, el movimiento ambientalista en pro de los delfines crecía rápidamente, captando la atención mediática en Estados Unidos. El boicot a los productos de Star Kist comenzaba a surtir efecto. A pesar de las medidas impuestas a los barcos bajo bandera estadounidense—como inspectores a bordo, la malla Medina, técnicas mejoradas de retroceso, el uso de balsas y redes diseñadas—la presión era insostenible.
Los propietarios iniciaron una huelga, y San Diego, otrora “World Capital of Tuna”, comenzó su declive. Eventualmente, debido a la regulación excesiva, el aumento de costos y la presión ambiental, las grandes corporaciones cerraron sus fábricas en la costa oeste, vendieron sus flotas a inversionistas extranjeros y siguieron adelante.
Fin de una era
Aunque los pescadores estadounidenses resolvieron el problema de los delfines, salvar a estos mamíferos quedó en manos de pescadores extranjeros. Irónicamente, el propio gobierno estadounidense y los ecologistas bien intencionados forzaron a que las flotas se volvieran extranjeras. Hoy en día, casi no queda atún procesado en la costa oeste de Estados Unidos.
En junio de 1982, Bumble Bee Seafoods cerró su planta en San Diego, donde las mujeres empacaron atún durante 70 años. Dos años después, Van Kamp Seafood, la última fábrica de conservas de atún en San Diego, también cerró.
El auge de Manta
En este contexto, con la mayoría de la flota estadounidense operando en el Pacífico Oeste y abasteciéndose en Panamá, Manta comenzó a emerger como un centro logístico clave. Empresas como Casamar y Marco incrementaron su presencia, mientras que emprendedores locales invirtieron en embarcaciones y modernizaron el puerto.
Reducción vs. inversión
Recientemente, se anunció una reducción en las tasas por captura de atún para naves extranjeras, con el objetivo de fomentar la inversión privada. Sin embargo, la medida parece insuficiente para lograr este objetivo. Aunque podría reducir la piratería, no se vislumbra un impacto significativo en la participación privada.
Paita: Un puerto rezagado
En contraste, Paita, un puerto con experiencia en atún, carece de infraestructura y servicios adecuados para competir con Manta. La falta de patios de redes, técnicos especializados y un aeropuerto son solo algunas de las limitaciones que enfrenta.
Conclusión
Si el Ministro Giuffra busca justificar estas medidas como un impulso a la inversión privada, sería mejor hablar con claridad. A los pulpos hay que llamarlos pulpos, no cefalópodos.
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